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Hace muchos años tuve la fortuna de encontrarme con dos libros a los que les debo agradecimiento infinito: ¿Por qué tengo miedo de decirte quién soy?, y, Aprender a decir NO sin sentirse culpable.
Gran parte de mi vida me la pasé tratando de agradar a todo el mundo, diciendo SÍ a todo, tratando de mostrar siempre lo mejor de mí para “caer bien” y no sentir el rechazo de nadie. Incapaz de llevar la contraria, de mostrar desagrado ante cualquier situación y, muchísimo menos expresar mis sentimientos.
Viví durante muchísimo tiempo en un limbo sin darme cuenta, y me dediqué a tragarme lo que sentía... Una especie de autismo interior. En mi alma, en mis pensamientos, no entraba nadie. Curiosamente, con esta coraza, me creía invulnerable ante el dolor, la rabia, la tristeza, el desaliento o la frustración.
El resultado fue catastrófico. Mi yo interno se llenó de rabia, una rabia sorda contra la humanidad, una confusión mental en la que perdí totalmente la brújula de para dónde iba y quién era, los sentimientos se anestesiaron y la existencia se tornó carente de sentido. Viví hacia el exterior, buscando felicidad hacia afuera, demandando amor sin poder darlo, recolectando “éxitos” pasajeros para sentirme viva, complaciendo para agradar, buscando el aplauso.
Me refugié en el alcohol, que me daba fuerza para seguir la mascarada, y como jamás me gustó la sensación de estar borracha, en la cocaína encontré mi mejor aliada. Y así, disfrazada de superwoman, estuve muchos años, mientras, sin saberlo, me derrumbaba por dentro, convirtiéndome en mi peor enemiga y sumida en una soledad interna y una desolación incapaz de describir.
A través de terapias, Alcohólicos Anónimos, fui encontrándome. Inicié una apasionante aventura interior que nunca se termina, cada vez descubriendo nuevas cosas... Y esos dos libritos fueron claves en mi recuperación. Me ayudaron a conectarme de nuevo con mis debilidades, mis miedos, mi vulnerabilidad. Me enseñaron a perder el miedo al rechazo. A decir NO sin que me sucediera nada catastrófico, me indicaron el camino hacia mi absoluta libertad interior.
Traigo este tema al leer en El Espectador del domingo el artículo del profesional de la felicidad Ricardo Eiriz, quien dejó de ser administrador de empresas y alto ejecutivo para dedicarse a investigar cómo los seres humanos pueden tener una mejor calidad de vida por medio de la felicidad. Algunos de sus “tips” son el valorarse a sí mismo, el vivir intensamente el momento presente dejando pasar el pasado y no proyectándonos al futuro que no llega, el aprender a convivir y entender que la felicidad no depende de acontecimientos externos, sino que es un estado interior: “Cuando las personas entienden que este sentimiento sólo se encuentra en uno mismo, sí es posible ser feliz en todo momento, por difícil que parezca”.
Mis lectores no tienen por qué pasar por el infierno que viví. Sigan al profesor Eiriz y consigan los dos libritos que les comenté al inicio de esta columna. ¡Feliz Navidad!
