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No sé si el zika es mortal, si produce Guillain-Barré, si los bebés salen defectuosos, ni si el dengue acaba devorándose todas las plaquetas, o si el chikunguña lo deja a uno tieso como a Tutankamón... procuro no dejar agua encharcada en mi entorno, echar insecticida antizancudos a la lata y untarme de repelente durante el día. Lo demás lo dejo a los sabios de batas blancas y estudios profundos en el tema.
Pero de lo que sí estoy segura es de que la peste de rabia se expandió pandémica entre los adoratrices del Ubérrimo, contagiados de los mordiscos y tarascadas que da a diestra y siniestra. Menos mal que mi ángel de la guarda, que me adora y me cuida, me ha mantenido alejada de este espécimen desde hace más de una década, lo cual me ha evitado toda probabilidad de que la enfermedad se apodere de mi cerebro, me enloquezca y empiece a babear espuma en público.
Solamente en una ocasión lo vi de cerca. Me tendió la mano y me miró con esos ojos fríos que no miran jamás, pero bailan espiando todo. Sentí que me envolvía una energía gris y gélida. Pequeño, con rastros de acné, sonrisa forzada y verborrea absurda. Única ocasión que recuerdo con escalofrío y espero no repetir jamás... una especie de contacto como de serpiente escamosa y escurridiza.
Lamento que Paloma Valencia, además pariente mía —su abuela era prima hermana de mi mamá y se criaron juntas en la hacienda Santa Rosa— una mujer bonita, inteligente, preparada (me encantó un primer libro que escribió hace años), se haya dejado contagiar. Ya no piensa; echa espuma, insulta como poseída de esa iglesia satánica de Pereira.
Lamento que Susana Correa también haya sucumbido a la bacteria feroz, y tantos otros que conozco y pensaba que merecían una vida mejor, libre de hechizos, de mentiras. Les deseo puedan salir bien libradas de esta horrible noche y puedan respirar de nuevo oxígeno puro como el de Paloma niña en Paletara o Susana en el bosque de niebla de San Antonio.
Pavor. Verdadero terror es el que siento mientras leo y veo que las organizaciones internacionales y gobiernos de todos los países apoyan este intento por evitar más sangre derramada en Colombia, y sea un grupo minoritario, arrogante y soberbio, el que se oponga aduciendo premisas falsas y rasgándose vestiduras de oropel. Pavor y vergüenza ajena.
Otro que no ha hecho más que dar tarascadas desde que se montó en el poder es el procurador, pero por lo menos mostró sus colmillos desde el primer día y ha permanecido fiel a su enfermedad, progresiva e incurable. Con él sabemos a qué atenernos, a diferencia de este can que al comienzo cuentió a medio país con su disfraz de oveja, su sonrisita postiza y su mirada vacía, para después mostrar su verdadero talante de perro rabioso y enloquecido. ¿No habrá remedio para este mal? ¿O camisa de fuerza? ¿O inyección que lo duerma y lo amanse?
Colombia está a punto de cambiar su historia. Un puñado de enloquecidos de rabia y rencor no nos puede detener. No más sangre derramada. No más mentiras. Que venga Harry Potter con algún conjuro y por lo menos a Paloma y a Susana les devuelva la razón. Los demás ya no tienen reversa. Allá ellos.
Posdata: necesitamos más pedagogía de paz y no de guerra. En guerra tenemos Ph.D. Me le quito el sombrero a Olga Behar. Hace años arriesgó su vida para escribir lo que se ventila apenas ahora. Chapeau.
