“Piedad y terror”

Aura Lucía Mera
24 de abril de 2017 - 09:00 p. m.

Así se titula la exposición de Picasso en el Museo Reina Sofía de Madrid que golpea en toda su crudeza lo que se denomina el “camino a Guernica”, ese cuadro monumental que se convirtió en el símbolo universal de la violencia, el terror, la guerra y el sufrimiento. Camino que inició en 1925, con rostros, figuras, mujeres y naturalezas muertas cuyo común denominador eran el sufrimiento y las atmósferas fantasmagóricas que atormentaban su espíritu y alcanzaron su mayor expresión en esos años de muerte que se apoderaban de Europa bajo la sombra de Hitler.

Gracias a estas obras anteriores, Guernica pudo surgir. Cuando en 1937 recibió la invitación a participar en el Pabellón Español en París, Picasso jamás había tocado temas políticos, ni sus cuadros habían “salido de habitaciones o espacios íntimos”.

Ya había quedado atrás su “época azul”, que transmitía paz y serenidad. Bocetos, óleos, dibujos, tintas, ya hablaban de tragedias, llantos, dolores y lágrimas. Sus mujeres eran “unas máquinas de sufrir” y la felicidad “jamás existió”.

Cuando la Alemania fascista bombardea el pueblo de Guernica, Picasso concentra el dolor en esta obra inmensa, donde logra plasmar en grises los gritos, el llanto, la bestialidad asesina y el sufrimiento de seres inocentes. Con ella participa en la exposición parisina, tal vez sin sospechar que este cuadro pasaría a la historia como el reflejo del sufrimiento infligido por la demencia de las guerras y la crueldad humana.

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Hace ya 80 años nació Guernica y nada ha cambiado. Hoy el mundo entero está más deshumanizado que nunca. Misiles. Hambruna. Terrorismo demencial. Sangre y más sangre. Amenazas nucleares. Violaciones de menores. Trata de personas. Polarizaciones políticas. Genocidios. Fronteras cerradas. Inmigrantes rechazados. Océanos convertidos en fosas comunes.

El aullido de dolor plasmado en Guernica de Pablo Picasso sigue taladrando los oídos de una humanidad sorda al sufrimiento, indiferente ante la desigualdad, inconmovible ante la tragedia de los “otros”, sometida al poder económico, arrodillada ante la corrupción y la ambición de poder.

Desgarra el alma mirar noticias, leer cualquier periódico de cualquier país. Un planeta contaminado, sin corazón ni compasión, impulsado por un deseo imparable de destruir, lleno de rabia descontrolada que parece haber perdido la brújula de los valores más elementales y se encamina ciego a su propia destrucción, que no tendrá vencedores salvo que la piedad, el perdón y el amor vuelvan a tener cabida dentro de cada uno de nosotros.

Impacta esta exposición. No sólo por recordarnos el pasado, sino por reflejar, potencializado, nuestro presente y ese no futuro aterrador. Sigo creyendo que si cada uno de nosotros, uno por uno, abre una rendija de ternura, compasión y perdón, todavía estamos a tiempo de dejarles a las nuevas generaciones un mundo donde puedan al menos sobrevivir con dignidad. Tenemos esa gigantesca e individual responsabilidad.

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