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No sé si al papa Francisco se le fueron las luces o estos frecuentes temblores de tierra en Italia le han nublado “las vistas”.
Pretender a estas alturas que los católicos tengan la obligación —so pena de tener que irse para el más allá sin la bendición— de dejar las cenizas de sus seres queridos en predios eclesiásticos me parece, más que una idiotez, una falta de respeto absoluto con los aspirantes a muerto que decidan, en pleno uso de sus facultades mentales, ser cremados, y posteriormente fundirse en la naturaleza, ya sea vía acuática o vegetal.
Siento contradecir esta orden papal, porque Bergoglio, o Francisco, me cae muy bien... Es lo mejor que nos ha presentado la Iglesia Católica en su ya larguísima historia de papados non sanctos, la mayoría —con excepción de Juan XXIII— una especie de papá Noel amable y con los pies en la tierra.
En Colombia, es un hecho que los cementerios católicos, o sea prácticamente todos, son un negocio de los mejores . Todo ser humano se muere y, que se sepa, no vuelve a salir de su hueco o su urna, excepto Jesús (no me explico por qué ahora les ha dado por escarbar “su tumba” si se sabe que ahí no está: se volatilizó, subiendo en cuerpo y alma al infinito, impulsado por el viento... Nunca quiso regresar).
Digo que son un negocio, por no decir un gran negociado... Todavía recuerdo que en el Metropolitano del Sur, en Cali, borraron de la lápida el nombre de mi papá para que los que pasaran cerca no se dieran cuenta de que hacia abajo en las profundidades de la tierra nuestra familia había depositado los cuerpos de mi hermana mayor y mi mamá, o sea, tres cuerpos. Y lo que se vende es “de a dos”... Sobra decir que, después del escándalo que armé, su nombre fue grabado de nuevo un día después.
Lo mismo sucede con los osarios... Me contaba una amiga que después de muchos años fue a visitar a una parienta, cuyos restos estaban ya adosados en el hueco vertical, y para sorpresa suya no existía rastro... Ya el lugar sagrado estaba ocupado por otros huesitos.
La cremación, hasta hace poco condenada y prohibida por el catolicismo, que prefiere seguir amenazando con el fuego eterno, está amenazando las arcas de los camposantos y, por ende, de las parroquias, y por consiguiente del Vaticano... Los muertos son fuente de riqueza y a los altos jerarcas no les complace que su riqueza se vuelva humo.
La cremación, a mi juicio, para luego encerrar al difunto en una cajita hermética e incrustarlo en una pared, no tiene sentido. Lo mágico de la cremación es precisamente liberar el alma que estaba aprisionada en ese cuerpo para que sus cenizas vuelen libres e ingrávidas o se fundan con la savia de los árboles, o se mezclen en las aguas de los ríos o los mares... Dios, el poder superior, el creador o como lo concibamos, esa energía suprema, está en las plantas, en el cielo, en el agua... Y nosotros formamos parte de esa energía... No tenemos la obligación de quedarnos estancados en un pedacito de tierra propiedad de una determinada religión.
Ni el papa ni nadie tiene la potestad para negarle la bendición a un ser humano por el hecho de que su último deseo sea fundirse en la naturaleza y escaparse, ya convertido en pillo cósmico, de las leyes terrenales.
Polvo somos... Polvo seremos... Yo prefiero ser polvo cósmico libre, aunque me nieguen la bendición... ¡No sería la primera vez!
P.D.: con tantas trabas eclesiásticas, en el futuro a lo mejor tendremos un pequeño crematorio en cada casa, para poder disponer de nuestras cenizas amadas como queramos...
P.D. 2: además, la muerte no existe. Los seres que hemos amado y ya no están presentes siguen vivos en nuestros recuerdos, nuestros corazones, nuestra esencia... No importa que estén fundidos en la tierra o dispersos en el aire... Allí están... El amor no muere, no se entierra ni se crema, ¡sigue intacto!
