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Falta una semana para que llegue el Día de Reyes. Los pastores ya deben estar cerca de Belén después de caminar no sé cuántos días o meses, guiados por una estrella refulgente que los iluminó para que encontraran ese lugar perdido entre desiertos, matorrales y montañas escarpadas. Nunca supe si llevaban ropa de peregrinos o si hicieron toda la travesía tan elegantes, con sus coronas puestas, el oro, el incienso y la mirra (no sé muy bien qué es la mirra). En todo caso, llegaron después del parto, sin partera, sin dolores ni contracciones, con sus coronas puestas.
El padre putativo (esa palabra no me gusta), arrodillado y embelesado; y un burro y un buey, animales de confianza, castraditos. Nadie contaminado de concupiscencia, ni seco ni cochinada.
Esta semana, desde hoy martes, estará repleta de villancicos, desafinados o corales. Nanitas, nanas, tambirilleros. Peces y peces que beben y beben y vuelven a beber, y saltan desde el río pa’ ver al Dios nacer (aunque no hubiera ningún río cerca). Eso no importa. A Belén, pastores; a Belén, corriendo, que ha nacido el Niño.
No sé por qué el Niño es rosadito y regordete, nada de árabe, judío o palestino. Y ya grande, cuando regresó a casa después de haberse escapado —nadie sabe pa’ dónde—, ya de treinta, ojo azul y barbado (a pesar del calor del desierto), y tras estar tentado por el demonio cuarenta días, llegó fresquito a reunirse con pescadores y mujeres del pueblo para enseñar cosas lindas que nadie practica: el amor, la tolerancia, la honestidad, la generosidad. Cosas que encendieron la ira de las castas dominantes y corruptas, hasta que lo atraparon, le dieron latigazos, lo escupieron y lo crucificaron.
Pero esa barbarie es en Semana Santa, cuando las iglesias se visten de morado y se llenan de azufre. Perdón, incienso (yo creo que mi adicción se disparó desde la infancia por oler incienso en ayunas durante dieciséis años, a las siete de la mañana).
El próximo martes arderá la pólvora en calles, antejardines, andenes y parques, y en la noche los hospitales estarán al tope de niños y adultos quemados que en días estarán como fantasmas blancos de yeso.
Menos mal que el pesebre estaba helado, en pleno invierno, y no existía la pólvora. Solo la luz brillante como un diamante iluminando el cielo. Nadie salió quemado: pastores, reyes, madre virgen, padre putativo, Niño Dios, mula y buey, intactos. Menos mal.
Adoro el mensaje de Jesús. Es mi mejor amigo y nunca me falla. Le pido todos los días que me agarre de su mano y no me suelte. Solo por hoy no me deja caer.
