No solo pienso salir a la calle con tapabocas, sino que voy a buscar burkas para taparme del todo, para fingir que ya no existo, sino que soy un bulto negro que deambula. No entiendo de leyes ni de incisos, pero tengo muy claro que las últimas noticias sobre el “caso del personaje en cuestión” ha colmado mi capacidad de asco y vergüenza. Colombia hiede a podredumbre. De ahí mi empeño en buscar una burka para no untarme del aliento fétido que flota como una nube negra, viscosa y pesada.
El famoso coronavirus no es la pandemia, esta se puede torear más o menos con distanciamiento, tapabocas y lavada de manos. La otra, la real, es la de la impunidad, la corrupción, la mentira, el arrodille sociopático ante el eterno sociópata y el terror de desenmascararlo, porque se cae Sansón con todos sus filisteos si la verdad verdadera sale a flote. Si los más de 6.000 asesinados hablan y salen de sus fosas comunes, de los lechos de los ríos, de los hornos crematorios de los pueblos; si los niños y las mujeres enterradas empiezan a llorar de nuevo, a gritar y a clamar por justicia, y la justicia los escucha y los reconoce, este país sería otro, y los poderosos, los que mueven los hilos del poder, los que se sienten más allá de cualquier cuestionamiento tendrían que escaparse, esfumarse del panorama nacional para dejarlo limpio y empezar de nuevo.
Jamás lo van a permitir. Estamos condenados a otros 100 años no de soledad, eso sería el paraíso, sino a otros 100 años de sangre, de mentiras, de manipulaciones y de engaños.
Este país está viviendo uno de los momentos más vergonzosos de su historia, pero finge, sigue fingiendo y seguirá fingiendo que “aquí no pasa nada”. A diferencia de los Intocables de la India, que pertenecen a la casta de la escoria, aquí los Intocables son los que están más allá de la justicia, los que son realmente intocables porque jamás se atreverán a tocarlos ni siquiera con un lirio, porque además pertenecen oficialmente al Sagrado Corazón de un Jesús que bastardean con sus actos y traicionan sus enseñanzas, pero se santiguan, elevan los ojos al cielo y con la misma mano que compran conciencias se dan la bendición.
País de cafres lo llamaron una vez, se quedó corto el epíteto. País corrupto, sangriento, politiquero, capado emocionalmente, enfermo de envidia, repleto de ambiciones personales, incapaz de reconocer culpas, perdonar o afrontar la verdad. País en este momento que avergüenza ante la comunidad internacional, que no da crédito a lo que está presenciando.
Asco y vergüenza. Llorar no sirve de nada. Protestar es inútil, pensar en una reacción masiva es una utopía. Cerrar los ojos tampoco. Tal vez la burka me cubra. Una bien negra, como negra es la vergüenza que estoy sintiendo en estos momentos de ser colombiana. Las ceibas que adoro me parecen de plástico. Ojalá que no se deshojen con esta atmósfera envenenada, igual los cauchos, las veraneras, los samanes y las palmas. Me gustaría regalarles burkas para que no sean testigos de tanta indignidad, no se la merecen, no tienen la culpa de haber nacido en un país condenado y encadenado en su propia farsa maloliente.
Posdata. Aquí la única marca de jabón que utilizan los Intocables es el jabón Pilatos; el otro, el de la tierra, es para los demás.