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Aura Lucía Mera

27 de noviembre de 2018 - 12:00 a. m.

Vivo en Cali desde hace muchos años. Bogotá me acogió fría, un poco impersonal, pero con amistades que me enseñaron a vivir de nuevo, después del suicido de Domingo Dominguín en Guayaquil, mi segundo y más fuerte amor, vivido en Ecuador. Bogotá fue mi ancla durante más de 20 años. Triunfé hacia el exterior, trabajos exitosos, logros importantes, mientras me derrumbaba hacia dentro, ya agarrada del alcohol y la cocaína. Toqué fondo y busqué ayuda, iniciando ese lento camino hacia la recuperación. Retomar la vida y las riendas de la sobriedad.

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Siete años “limpia” para utilizar la jerga y una recaída que me llevó al infierno. Empezar de nuevo, con el alma rota y pisoteadas las ilusiones. Casi dos años de arrastrarme de nuevo en tormentas del alma y depresiones oscuras. Después de un internado de cuatro meses decidí regresar a Cali, llena de temores y rabia. Me había alejado de ella, huyendo de la maledicencia y el dolor. Regresar hasta cierto punto era una derrota. Para mi sorpresa, empecé a amarla de nuevo, reconocerla sin resentimientos. Deslumbrada con sus atardeceres, sus ceibas, su calor humano, retomando amigas del alma y haciendo camino al andar.

Volví a escribir, a recorrer calles y suburbios, a tocar y dejarme tocar por sus contrastes, a reír a carcajadas, a recogerme en el silencio de los libros, a perdonarme y a perdonar, a vivir el día, a mantenerme en contacto con la ciudad real, sus inequidades y sus logros, su torbellino existencial, pero sin dejarme llevar por las turbulencias. Me volví a encontrar.

Por eso me pregunto, cuando recorro centros comerciales, calles, barrios de diferentes estratos y veo con estupor a mujeres jóvenes, maduras, madurísimas, llenas de bótox, pechos enormes y glúteos hiperbólicos, meneando siliconas dentro de ropajes ajustados y contoneando volúmenes falsos. Me pregunto qué buscan… Qué buscamos las mujeres al deformarnos a sangre fría… Y recuerdo el poema, ese poema de mi hermana María Cristina, que siempre me ha golpeado… Lo comparto. Se titula Cirugía plástica.

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“Cortar la piel y recoserla / estirar los músculos / cercenar las venas / achinar los ojos / subir los senos / ser una joven falsa / ¿me hará feliz? / ¿Y quién hará la cirugía plástica de mi alma / de mi memoria / de lo que mis ojos han visto / de lo que mis labios han reído / de lo que mi ser ha presenciado / con su existencia en el tiempo? / Tal vez la anestesia se extienda en los recuerdos / y pueda adormecer la imagen de los amigos muertos / de los que sin haber llegado a la mitad de su lucha / sucumbieron. / De los que encallaron / de los que partieron. / ¿Qué clase de cirugía me puede hacer desandar lo andado? / ¿Me hará feliz hacer de mi cuerpo una mentira / porque no / corresponde a mi alma / a lo vivido / a lo gozado / a lo sufrido? / No creo. / Creo que la única cirugía es el amor a lo simple / al impudor de llevar con sencillez las marcas dejadas en el rostro / por las lágrimas de las batallas perdidas / la sonrisa burlona / de las batallas ganadas. / Y en el vientre y en los senos / el honor un poco flácido / de haber gestado / de haber dado a luz / de haber hecho el amor con ganas o sin ganas. Creo. / Sí. ¡Firmemente creo que no hay más cirugía / que el amor a vivir!”.

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