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Que la tortilla se vuelva

Aura Lucía Mera

11 de enero de 2016 - 09:00 p. m.

Recuerdo una canción protesta.

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Creo que su cantautor era Víctor Jara, asesinado miserablemente durante el genocidio propiciado por Pinochet, cuando cantar se convirtió en delito castigado por la muerte.

El estribillo era: “Cuándo querrá el Dios del cielo que la justicia se vuelva, que los pobres coman pan y los ricos m...”.

No sé por qué se me ha metido de nuevo el estribillo en la cabeza desde que leí, estupefacta, el vergonzoso aumento del salario mínimo.

Irrespeto total a la clase que se desmadra trabajando. A las madres cabezas de hogar, al servicio doméstico, a los empleados del común, a los conductores, a los meseros, a los millones de colombianos que se la sudan diariamente para comprar lo indispensable de la canasta familia, pagar el transporte, el colegio, el nuevo impuesto IVA a los útiles escolares.

No sé cómo se acordó esta cifra. No me importa. Sólo sé que los pobres, los ciudadanos más necesitados, que son la mayoría, están destinados a jamás salir de su círculo. Condenados por la misma sociedad que proclama, en cabeza de sus dirigentes, un país más justo, equitativo y con mayores oportunidades.

Sé del interés del ministro de Trabajo, Luis Eduardo Garzón, por que el mínimo sea justo. Pero, desafortunadamente, parece haber perdido la pelea. A todas luces la ganan los ministros que buscan desesperadamente cubrir como sea los huecos y despilfarros que han aparecido. Muchos de ellos originados en corrupción, mermelada, gastos injustificados y otras perlas que jamás saldrán a la luz pública. En Colombia ya sabemos que la verdad no se usa, y que lo único que vale es el tapen-tapen y el “cómo voy yo”.

Entonces, a cargarle obligaciones a la inmensa mayoría, o sea, a los que necesitan de verdad el dinero para poder subsistir. Los bolsillos de los millonarios, de los banqueros y sus bancas, los multiempresarios, no se verán afectados en lo mas mínimo; las multinacionales tampoco.

Pienso en lo que actualmente sirve un billete de $50.000. Al mes. Para poder cubrir todas las necesidades. Siento rabia y vergüenza. No hay diálogos de paz que valgan. No existe un punto donde se encuentren el blablablá y la realidad.

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¿Cuánto se gana un congresista? ¿Cuántos billones se ponen Sarmiento Angulo y los demás banqueros? ¿Cuánto los contratistas? ¿Y los que votan por tal o cual partido para sacar tajadas?

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Esta desproporción me paraliza. No existe congruencia entre lo que se dice y se hace. Meter IVA en la canasta familiar, en los útiles escolares, regalar casas cada vez más minúsculas para encerrar familias como en guetos. No lo entiendo. Y, a título personal, no lo acepto.

Lo primero que debe importar es la dignidad de cada habitante de Colombia. Y no es digno someterlo a vivir con un aumento salarial menor que un devaluado billete de $50.000, mientras otros sectores del mismo país se gastan en cualquier antojo innecesario lo que les cuesta a otros trabajar de sol a sol todo el año.

¿Este es el país que queremos? No lo creo. No quiero ni siquiera pensarlo. ¡Me da asco!

Posdata: ministro Garzón, dé la pelea. ¡Usted sí entiende de qué se está hablando!

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