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“Rebelión en la granja”

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Aura Lucía Mera
08 de febrero de 2022 - 05:30 a. m.
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Vivió en la indigencia. Durmió en camastros llenos de chinches. Comió sobras de los botes de basura. Vagabundeó de un lado a otro en pleno invierno cubierto de harapos. Muchos días toda su alimentación consistió en dos rebanadas de pan viejo con margarina. Su salud era precaria. La tuberculosis lo llevó a pasar de hospital en hospital sus últimos años. Murió a los 46 años.

Jamás se enteró. Se vino a saber en 2005 que durante 12 años todos sus movimientos fueron espiados “por su aparente vinculación con la izquierda”. Su cercanía y convivencia con locos, vagabundos, desahuciados, marginados, inmigrantes ilegales, vivencias que describía en sus ensayos, sin maquillaje, sin máscaras. La tragedia humana de esos seres desempleados y rechazados por la sociedad no eran del agrado de las clases dirigentes inglesas. A nadie le agradaba saber que los dormitorios para indigentes eran cárceles donde los encerraban de noche y nadie podía dormir porque la mayoría padecía tos crónica e incontinencia. La realidad no gusta.

Tampoco caía bien su definición de hotel elegante: “Un sitio donde 100 personas se afanan como diablos para que 200 paguen precios exorbitantes por comer lo que no les gusta”, refiriéndose a toda la comida que sobra y se tira a la basura en estos lugares.

George Orwell, realmente llamado Eric Arthur Blair, nació en la India en 1903 y murió en Inglaterra en 1950. Periodista, ensayista, novelista y crítico británico, se cambió de nombre para no avergonzar a su familia. Escogió George por ser el santo patrón de Inglaterra y Orwell en homenaje al río del mismo nombre. Todas sus obras son experiencias autobiográficas vividas en tres etapas de su corta existencia. Antiimperialismo feroz después de su tiempo en Burma. Antiestalinismo y antinazismo. Antitotalitarismo de cualquier ideología. Cuando participó en la guerra civil española, fue para “matar fascistas porque alguien debe hacerlo”.

Sus dos obras cumbre, que 70 años después de publicadas aún se venden como pan caliente, son Rebelión en la granja y 1984. Jamás imaginó que sería uno de los autores más leídos en todos los idiomas. Siguen vigentes como si las hubiera escrito hoy. Cada vez cobran más fuerza. Más contundencia. Más actualidad.

Con Rebelión en la granja he tenido tres encuentros con diferentes reacciones. Empezando la adolescencia, lo leí por primera vez y me pareció un libro casi infantil, con final feliz, porque los cerdos se reconciliaban con los humanos.

A los 18 sentí una punzada en el ombligo que me cambió totalmente la visión del mundo, me di cuenta por primera vez en mi vida de cómo las dictaduras de cualquier ideología, derecha o izquierda, engañan: “Todos los animales son iguales, pero algunos son más iguales que otros”. Poco a poco se va desmoronando esa utopía, ese sueño de igualdad, lealtad, libertad, honestidad y solidaridad, todo se bastardea.

Esta tercera lectura, hace unos días, me impactó. En Colombia estamos viviendo una época frágil, desorientada, rabiosa y poco analítica. Los cantos de sirena llenan plazas con oratorias subliminales y promesas incoherentes que llegan a corazones hastiados. Los populismos prometen igualdad, fraternidad y libertad, pero terminan convirtiéndose en poderes absolutos, acabando hasta con el nido de la perra. Sabemos que muchas de esas promesas electoreras no se cumplirán porque simplemente son inviables y se convertirán una farsa donde todos saldrán perdiendo. Todas esas multitudes que ahora llenan plazas se dejan convencer con la maravillosa oratoria, trémula y vibrante como la de Napoleón y Gritón, los líderes de la rebelión de los animales. Ya experimentamos los años en el poder de otros gobernantes que con sus maturrangas se pasaron leyes por la faja.

Los animales de la granja también soñaron con una vida mejor en la que fueran iguales y las cosas serían compartidas. Se trata de alertar sobre el peligro del uso y el abuso del poder político. Todos, gallinas, patos, palomas, caballos y ovejas, cayeron en la trampa, escuchando cantos de sirenas. Trabajaron el doble, recibieron menos salario, no tuvieron jubilación, perdieron el derecho a disentir, etc., hasta que se anestesiaron y llegaron a creer que “esa era la verdadera libertad”.

Y ni hablar de 1984, esa distopía donde Orwell se inventó un mundo manejado y controlado por el Partido, donde todos los humanos somos vigilados. Como escribe Koestler en la contraportada del libro: “Desde El proceso de Kafka ninguna obra fantástica ha alcanzado el horror lógico de 1984”.

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Jorge(70804)09 de febrero de 2022 - 05:44 a. m.
No es un "tufillo". Es un hedor pestilente que sale de la pluma de la Sra. Mera, que por fin se destapa!
Magdalena(45338)09 de febrero de 2022 - 02:35 a. m.
Por qué el cerdo fue elegido? Que habilidades tenía para dirigir la granja?
Javier(nnzwx)09 de febrero de 2022 - 01:18 a. m.
Me encantan sus escritos pero siento un tufillo antipetrista detrás de toda esta elucubracion antitotalitaria. Por que a las élites intelectuales y políticas de este país les escuece tanto la llegada de un gobierno de izquierda? Tranquilos, ha pasado en otros países de Latinoamérica sin que se convierta en la debacle. Dejen gobernar.
Javier(nnzwx)09 de febrero de 2022 - 01:18 a. m.
Me encantan sus escritos pero siento un tufillo antipetrista detrás de toda esta elucubracion antitotalitaria. Por que a las élites intelectuales y políticas de este país les escuece tanto la llegada de un gobierno de izquierda? Tranquilos, ha pasado en otros países de Latinoamérica sin que se convierta en la debacle. Dejen gobernar.
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