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Recordando a Neruda

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Aura Lucía Mera
26 de mayo de 2009 - 12:03 a. m.
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RECIBO UN ATTACHMENT CON EL afiche promocionando la Feria del Libro en Madrid. Un cuerpo de mujer abrazado por centenares de palabras que se salen de la hoja para rodearla y arroparla.

Complementado con un pequeño poema de Pablo Neruda. Me emociono. No sólo por el mensaje de abrazo de las palabras, que sin ellas no seríamos nada, que sin los libros que las acogen estaríamos todavía trepados en los árboles, sino porque recuerdo el enorme poeta, enorme en sus dimensiones corporales y literarias. Complejo, desbordado, ególatra, amante de todos los alimentos terrestres, comprometido en llevar a todos los habitantes del planeta “la justicia de un almuerzo”, atropellado, de voz nasal y lenta como una ola perezosa.

Tuve la oportunidad de visitar su casa en Isla Negra, convertida ya en museo. Me impresionó su entorno. Esos enormes ventanales de cara a un mar siempre encrespado y amenazante. Casi sirviendo de rompeolas. Paraje agreste y lleno de misterio y magia donde la fuerza incontenible y continua de las olas contrastaban con las flores del jardín. Su escritorio en el que depositó los torrentes de ideas que se escapaban de su mente como una catarata contagiada de las espumas furiosas de su horizonte. Me recuerdo a mí misma sobrecogida y muda. Recordando como letanía su verso a Machu Picchu “Piedra en la piedra… y el hombre, ¿dónde estuvo?”

Transcribo algunas estrofas del poema recibido:

“Queda prohibido no sonreír a los problemas. No luchar por lo que quieres. Abandonarlo todo por miedo. No convertir en realidad tus sueños.

Queda prohibido dejar a tus amigos. No intentar comprender lo que vivieron juntos. Llamarles sólo cuando los necesitas.

Queda prohibido echar a alguien de menos sin alegrarte, olvidar sus ojos, su sonrisa, todo porque sus caminos han dejado de abrazarse.

Queda prohibido no crear tu historia. No tener un momento para la gente que te necesita. No comprender que lo que la vida te da, también lo quita…”

Recapacito… no encuentro en esos versos la cadencia de Neruda. Pero ya no me importa. También son importantes. Tal vez un anónimo quiso enviarnos unas estrofas. Los considero válidos. Mentalmente regresé a Isla Negra. Volví a sentir esa potencia del agua convertida en olas encrespadas rompiéndose en espumas azules. Recordé las copas donde escanció el poeta. Volví a ingresar en su habitación sobria y cálida. Recordé a Matilde y a todas sus Matildes. El sacrificio inútil de Allende y los miles de muertos que pagaron el costo de pensar diferente. Sentí por un espacio de segundo los mil pedazos rotos del alma de ese Pablo enorme y destrozado al ver sus sueños estrellados tal vez en las rocas de esos enormes ventanales. Recordé, una vez más, el peligro que implica no bajar la cabeza, no comulgar con la arbitrariedad y seguir simplemente la voz propia, la que no se vende ni se alquila, ni tiene precio aunque su precio sea la misma muerte.

Agradezco el attachment. Permitió una regresión que se convirtió en un regalo para el alma. En estos momentos en que el alma duele porque está pellizcada de ternuras tristes. Palabras eternas. Sin ellas no valdría la pena el existir.

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