Diez días de desconexión total. Comprobar una vez más que existen otros aires, otros horizontes, otros diálogos. Retomar oxígeno y limpiar el alma.
Permitirse el regalo de contemplar esos gigantes nevados, caprichosos, coquetos, misteriosos, a veces dorados en atardeceres de sol, a veces amenazantes y grises, erguidos, desafiantes, plomizos, con sus cumbres perfiladas por destellos glaciares o cubiertos de blanco hasta sus faldas.
Acariciar muros incas milenarios y sentir en las palmas de las manos la porosidad de sus piedras volcánicas, inamovibles.
Intentar escuchar sus historias silenciosas de resistencia, dolor, rituales sagrados, testigos mudos y estoicos de la historia.
Cruzar pueblos llenos de tradiciones, admirar etnias diversas y ancestrales que no dejan contaminar su sangre, ni sus creencias ni sus atuendos, observadores altivos y silenciosos de esta mal llamada civilización.
Deslizarse desde los 4.000 metros hasta la selva húmeda impenetrable, descubriendo cascadas, bordeando abismos y cañones, túneles de piedra en pocas horas por autopistas alucinantes.
Sentir esa potencia de la naturaleza vigilante y triunfadora que jamás se dejará vencer por nosotros, depredadores sangrientos.
Respirar, respirar, alejarse de la violencia y la noria.
Ecuador, país mágico enmarcado en nevados, selvas y quebradas que dan nacimiento al Amazonas, acariciado por el mar y acechado por la fuerza incontenible de sus volcanes activos, país único, irrepetible, lleno de magia y misterio.
Aterrizaje forzoso a la realidad colombiana, donde nada cambia y todo empeora.
Polarización, corrupción, asesinatos de líderes que luchan por la paz.
Releer Las mujeres en la guerra, de Patricia Lara, y sentir que la sangre se sigue derramando 20 años después. Comprobar la farsa de las “ayudas” a Providencia, San Andrés y Santa Catalina, mirar las estadísticas de los mutilados por la pólvora, empaparse de los crímenes sicariales, sentir esa impotencia salvaje ante el no cambio de nada, caer de nuevo en la desesperanza, en la competencia torpe de los egos.
Lo mismo con los mismos en las mismas. Qué triste panorama. Colombia no futuro parece ser nuestra maldición.
Posdata I. No me pienso vacunar... esta competencia de farmacéuticas me produce asco.
Recuerdo el libro sobre el sida And the Band Played On, donde se desenmascara la pelea por las patentes para tratar esa pandemia, en la que los laboratorios dejaron morir a miles de jóvenes.
It’s the money, stupid. ¿Les recuerda algo?
Posdata II. Declararse de extremo centro es como identificarse con el agujero de las donas.