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Ríos bravos

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Aura Lucía Mera
06 de junio de 2016 - 08:38 p. m.
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En 1910 París quedó convertida en una Venecia de lodo, escombros y caos. El Sena se desbordó y arrasó a su paso todo lo que se encontró. Un siglo largo después la furia de las aguas amenaza la Ciudad Luz. Ya el museo del Louvre, ícono mundial del arte, orgullo de los franceses y paso obligado de los millones de turistas que visitan París, ha tenido que evacuar obras y cerrar sus puertas al público.

Las fotografías no pueden ser más desoladoras. Avenidas anegadas. La Ile de la Cité totalmente rodeada y cercada por el caudal incontenible. No para de llover. La Torre Eiffel con el agua al cuello. Parques, bulevares. Pienso en Cali. Concretamente en el jarillón. Llevamos años y años escuchando sobre el peligro que se cierne sobre la ciudad. En la Alcaldia de Rodrigo Guerrero se empezaron a tomar medidas. Maurice Armitage tiene su intervención como prioridad absoluta de su Gobierno.

Si París, una ciudad protegida, cuidada, mimada, diseñada como una obra de arte, siendo el Sena la cinta sensual que la atraviesa , que sirve de marco para películas románticas, para que Le Bateau Rouge se deslice en los atardeceres, cuando el cielo lanza sus últimos destellos dorados ,inspirador de poemas, poetas, pintores, escritores que sucumben a su hechizo, se ha convertido, en cuestión de días, en enemigo mortal y amenaza con salirse de madre y acabar hasta con el nido de la perra.

Me devuelvo al jarillón. Lleva décadas de abandono.Asentamientos informales ,invasores, desplazados, hormigas arrieras, marraneras, basuras, indiferencia de políticos que aprovecharon para ganar votos ofreciendo lotes en venta y promesas falsas, desidia, falta de presupuesto, corrupción, han convertido al único dique que protege la ciudad, ya con más de tres millones de habitantes, de las aguas del río Cauca.

El oriente de Cali está por debajo del nivel del río. Por algo los nombres de algunos de sus sectores: Aguablanca, El Pondaje, Charco azul, Cauquita, El Laguito, Lagos Uno, Lagos Dos, anteriormente humedales que se regulaban con la subida y bajada del río. Un flamante y recién estrenado jarillón protegía la ciudad.

La realidad actual es aterradora. Cali está ad portas de una catástrofe sin precedentes. Si el dique se rompe, el 75% de la ciudad quedaría sin agua potable y el 70% de las aguas residuales no se podrían tratar, ya que la planta de Puerto Mallarino y la PTAR quedarían fuera de servicio. Son 17 kilómetros que significan que la capital del Valle se convierta en una ciudad invivible, fantasma, sin luz, agua, comida, con 900.000 habitantes sin techo. Una ciudad zombie.

Escribo esta nota en El Espectador para que esta tragedia anunciada se conozca a nivel nacional y el Gobierno Central tome cartas en el asunto y deje de ser mirada como un problema local, municipal. Segun estudios, la ciudad tardaría décadas en recuperarse y la llamada folcloricamente sucursal del cielo, se convertiría en la capital del infierno. Tragada literalmente en aguas negras, invivible y arrasada. La explosión del famoso 7 de agosto de los años 50 quedaría como anécdota menor ante la tragedia que todavía estamos a tiempo de evitar.

Es impostergable la evacuación y el reasentamiento de los habitantes del jarillón del río Cauca. Se avecina La Niña. Y esta Niña llegará con la furia de aguas tormentosas, revueltas e impredecibles. El Gobierno Central tiene la obligación de apoyar este empeño del alcalde Armitage. Con la fuerza de los ríos no se juega. Y el jarillón está convertido en una empalizada podrida.

París salva obras de arte. ¿Cali podrá salvar sus habitantes?

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