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Mientras no se sepa, no existe.
Mientras el gato esconda bien su caca en la arena, no huele. Si lo hace, no lo cuente, y si lo pillan, desmiéntalo... Tapen, tapen, que aquí no ha pasado nada. Esconda bien la llave del clóset para que nadie la encuentre, y si se sabe o lo confiesa, aténgase a las consecuencias.
Rasgaduras en casullas, hábitos, tiaras y solideos. Víspera del Sínodo papal. Todo en orden, lista la prensa. Y de repente un carismático sacerdote, con el título de monseñor, sale del clóset católico, sonriente con su novio de la mano, y anuncia públicamente que es gay, que está feliz y enamorado de su pareja. Se miran amorosamente y monseñor inclina su cabeza consagrada en el hombro de su amado.
Se forma Troya. Dentro de la mismísima caverna, paraíso de homosexuales y pedófilos encubiertos entre ellos mismos durante siglos, ha sucedido algo imperdonable: uno de sus discípulos elegido por Dios ha contado... habló; salió del clóset y destapó la alcantarilla tan celosamente tapada a punta de inciensos, velas, sahumerios y perfumes voluptuosos.
A Francisco, el hombre que ha cautivado a millones de admiradores en el mundo entero, parece que lo hubieran sorprendido con “los calzones abajo”. Al momento de escribir esta nota el Sínodo apenas está comenzando y no tengo conocimiento de su reacción, pero mi intención va más allá de la respuesta condenatoria o absolutoria del papa (potato en inglés).
Si estuviéramos en la Inquisición, Krzysztof Olaf Charamsa ya estaría chamuscado y sus cenizas enterradas en el fango de los condenados. No solamente desobedeció el voto del celibato, sino que se enamoró de otro hombre, consumó el acto escatológico y lo disfrutó. Horror de horrores. Y, para completar, lo soltó a los cuatro vientos, que se convirtieron en huracanes iracundos y condenatorios.
Sabemos que la Iglesia católica es una institución aparentemente asexuada. Desde que a Cristo lo crucificaron, sus seguidores se empeñaron en odiar a las mujeres, y para achacarles todos los males de la tierra se inventaron una Eva degenerada; una virgen-madre que tuvo una relación casta y al vuelo con una paloma, jamás se acordaron de hablarnos de Jesús el hombre, sino que nos vendieron, como en el poema de Unamuno, “A un cristo español sin sexo alguno que yace más allá de aquella diferencia que es el trágico nudo de la historia”.
Se inventaron el celibato, no importa que sea contra natura o la fuente más grande del onanismo. Lograron vender la idea de una Iglesia eunuca, más allá de la depravación de la unión cochina de un espermatozoide y un óvulo...
Se vistieron de faldones, tal vez para disimular sus vergüenzas, y alcahuetearon toda suerte de depravaciones, pero entre ellos mismos, sin salir de ese inmenso clóset que es el Vaticano, así como los conventos y dominios.
Jamás sabremos con certeza el número de niños abusados sexualmente en nombre de Dios. Jamás sabremos la verdad de lo que sucede en parroquias o en el ámbito cerrado de las sacristías. Ojalá Francisco se comporte a la altura y permita que religiosos y monjas amen, se casen, convivan, procreen, sean normales. ¿Será mucho pedir?
Igual en la política: “voten, voten, antes de que los metan a la cárcel”. ¿Les suena?
Posdata: Amo a Jesús, su personalidad rebelde, su mensaje de amor y perdón, su generosidad. Nunca entenderé por qué su Iglesia se convirtió en todo lo que él combatió. Potato Francisco, devuélvele un poco de cordura a tu institución. Felicitaciones, Krzysztof, ¡así es: no más clósets!
