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Si no fuera por el secuestro de Salud Hernández, periodista frentera, sin pelos en la lengua, que habla con la rapidez de una locomotora, utiliza todas las palabras de La Real Academia de la Lengua, defiende a capa y espada sus ideales y no le tiene miedo a la confrontación, seguiríamos la mayoría de los colombianos indiferentes ante las barbaridades que se han cometido en el Catatumbo, ese formidable Pedazo de Colombia, así, con mayúscula, donde se juntan las maravillas de la naturaleza y la cloaca del paramilitarismo, guerrillas, mafias, bandoleros, todos alcahueteados por una ausencia de Estado desde siempre.
Su secuestro nos trajo el Catatumbo a las primeras páginas de periódicos nacionales y extranjeros; cadenas de televisión; radiodifusoras. A mí, por ejemplo, me lanzó al Google. Vi fotografías alucinantes de los rayos y centellas que iluminan y aterrorizan con su resplandor sus aguas en la desembocadura del golfo; las centenares de especies de pájaros. Me enteré de sus diferentes etnias que sobreviven contra viento y marea la persecución y acoso del capitalismo voraz. Conocí en relieve su geografía abrupta y desafiante. Descubrí su magia y su fuerza . Supe de su riqueza en minerales, agricultura, microclimas, ríos y quebradas.
Región secuestrada desde hace muchísimos años por las Farc, el Eln, los narcotraficantes, empresarios de multinacionales sin hígados ni moral, latifundistas, usurpadores de tierras, dejada de la mano de Dios e ignorada por todos los gobiernos de turno.
Campesinos que han vivido décadas de amenazas, desapariciones, desplazamientos, sin que nadie los escuche, porque el único derecho que tienen es obedecer al comandante o al capo o al jefe de la banda. Condenados al estigma de ser “cocaleros” sin tener otra opción para sobrevivir. Pueblos y veredas acorralados entre fuegos cruzados.
Me pregunto cuántos desaparecidos, cuántas fosas comunes, cuántas mujeres y niñas violadas, cuántos adolescentes reclutados, cuántos resguardos indígenas saqueados e incendiados, cuántos cadáveres arrojados a las aguas de ese majestuoso río. No sabemos sus historias. Nunca nos ha interesado su dolor. Vivir en el Catatumbo es como habitar el infierno. Gente buena, gente honesta, atrapada sin salida.
Entiendo que Salud Hernández estaba trabajando en la zona para descubrir y visibilizar sus historias, la verdadera agonía, valor, resistencia y sometimiento de sus habitantes. ¡Doble felicitación!
Sin proponérselo, el Eln nos hizo el mejor regalo a todos los colombianos: nos abrió los ojos y el corazón hacia el Catatumbo. Y no dudo que el tesón y la entereza de Salud Hernández la harán regresar a esa región misteriosa y prostituida, para que algún día podamos conocer su realidad.
Necesitamos la Paz para poder conocer este país maravilloso. No más polarización. No más secuestros. Necesitamos cordura; unión; reconocernos unos a otros. No más armas ni extorsiones. Buenaventura, Catatumbo, Chocó, Nariño, Vichada, Putumayo y Leticia somos todos. Colombia somos todos. ¡Colombia soy yo!
Posdata: ¿Cuál es la mejor cirugía plástica? La que nunca se hace. Aceptémonos como somos, sin nalgas postizas, sin tetas de vaca Holstein, sin caras templadas, sin labios trompudos, sin cejas que salen del cuero cabelludo, sin sonrisas tiesas. Somos como somos, no una acumulación de mentiras inyectadas con polímeros. Mujeres, a recuperar la cordura y la naturalidad; nadie rejuvenece con el bisturí. ¡Nos vamos deformando más!
