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Sancochos

Aura Lucía Mera

26 de julio de 2022 - 12:30 a. m.

La olla sobre el fuego hierve, se revuelve. Distintos componentes la integran: plátano verde, trozos de gallina (ojalá mierdera y no de galpón), cilantro, costilla, papa, sal, mazorca amarilla, aguacate y todo lo que se quiera. Puede resultar un mazacote o un plato de chuparse los dedos y repetir. Nunca se sabe. Depende de la sazón, del tiempo de cocción y de la calidad de los ingredientes. A la postre, es un revoltijo de cosas en agua hirviendo.

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Así veo al país. Así siento mi mente. Así escucho a los amigos. Borbotean preguntas, argumentos, juicios, opiniones, acusaciones, temores, con reflexiones calmadas y optimistas. En algunos wasaps que recibo muchos se encomiendan a la Santísima Virgen y tienen pesadillas de infierno. Otros envían peroratas eruditas para descrestar y pontificar. Mientras tanto el fuego está prendido y la olla hierve mezclando todo.

A título personal, me encanta la conformación del nuevo gabinete. En mi vida había visto una escogencia tan selecta, estudiada a fondo, cada nombramiento acertado. No entiendo las estridencias histéricas del Centro Democrático ante la elección del nuevo ministro de Defensa, el mejor, el más probo, el incorruptible (quién sabe qué temen, se sienten aculillados no sé muy bien por qué). Cultura, Hacienda, Educación, Relaciones Exteriores son un lujo, una garantía de confianza y honestidad. Ingredientes de primera para este sancocho. Una olla para gourmets y gourmands. A título personal, repito.

Para otros esta olla contiene mezclas explosivas, veneno en vez de cilantro, cicuta en vez de mazorca, piedras volcánicas, carne de hiena en lugar de gallina, que sus pulcros, inmaculados y asépticos sistemas digestivos jamás podrán deglutir. La bruja quiere envenenar con sus pócimas a la Sagrada Comunidad de los Siete Enanitos salientes, que son miles y fueron alimentados con mermelada, sangre dulce, turrones adquiridos en los duty-free que recorrieron, desayunando alimentos de niños pobres, frutos de tierras robadas a sus dueños... en fin.

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Cambio drásticamente de tema, de olla, porque El signo del pez me ha dejado un sancocho mental en la cabeza que me da vueltas y vueltas, y no sé cómo asimilarlo. Germán Espinosa regresa a las librerías después de muchos años. Me zampo la historia de Saulo de Tarso (o Pablo), aquel hombre que se convirtió en el fundador, por así decirlo, de la Iglesia católica y convirtió el mensaje de Jesús en universal. Me pregunto entonces qué hubiera sucedido con el nazareno, sus prédicas de tres años, su crucifixión, si no hubiera existido Saulo de Tarso y si Constantino no hubiera prohibido la persecución a los cristianos ni se hubiera bautizado en un delirio celestial antes de morir (muchos “hubiera”).

¿Existiría la Iglesia católica, sus dogmas, su machismo, su desprecio a la mujer, la virginización perpetua de su madre, María? ¿Qué hubiera pasado con Jesús? ¿Por qué el dogma de la “virginidad” eterna de María resultó tres siglos después? ¿Existiría el Vaticano con todas sus pompas y su poder económico? ¿Por qué resultó Roma la sede del catolicismo si a Pedro y a Saulo los decapitaron los romanos?

No escarbo más. Acepto el libro de Espinosa como un recorrido fantástico y novelado sobre el pensamiento cristiano, helénico, judaico, hindú, hasta llegar a Constantino, de la mano del joven nacido en Tarso, fundador de la Iglesia Universal.

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Simplifico. Me quedo con Jesús. Me gusta el gabinete. No revuelvo más las ollas, peligra mi sanidad mental.

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