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NO ENTIENDO POR QUÉ EL RAS-garse las vestiduras. No entiendo la farsa ni el estupor nacional a propósito de la olla podrida que es la Dirección Nacional de Estupefacientes.
Y no entiendo nada, simplemente, porque desde que se creó, hace casi dos décadas, siempre ha sido una cloaca. Un caldo de micos. Una gran mentira. Es como si de repente Colombia hubiera descubierto que el agua moja, que los rayos electrocutan y que los ríos corren hacia el mar.
Lo que sucede, y al fin, es que el actual Gobierno, con un coraje y valor impresionantes, se ha propuesto, a como dé lugar, destapar ollas, devolver tierras, denunciar entuertos y limpiar este barrizal de corrupción y trampas en que nos hemos estado sumiendo desde hace muchos años. Los gobiernos anteriores tuvieron pánico de destapar este caldero. A lo mejor con razón, porque aquí en este país la vida no vale nada y narco perseguido significa persecutor muerto.
Hace quince años, trabajaba yo en una fundación para recuperación de adictos en Bogotá. Logramos acordar con la DNE en ese entonces, que nos proporcionaran una casa para poder alojar pacientes llegados de otras ciudades y que pudieran alojarse en ella durante el “plan soporte” o proceso de reinserción paulatina a la vida después del período de internado obligatorio. Nos la concedieron. La tenía que entregar Bienestar Familiar, que la tenía a su nombre desde hacía un tiempo largo y curiosamente no le había dado ningún uso. Después de muchos intentos fallidos logramos concretar la fecha de entrega, con un funcionario del departamento jurídico de Bienestar.
Arribamos puntuales los directores de la fundación y la suscrita. En el andén de la casa estaban parqueadas cuatro narcocamionetas. El alma se nos congeló. Nos recibió en la puerta del inmueble un gigantón de sombrero blanco de ala ancha y collares de oro en la nuca goriloide. Nos preguntó que si era verdad que pensábamos apropiarnos de esa casa. Con los huevos en la garganta inmediatamente respondimos que todo había sido un equívoco. Que estábamos buscando un lugar en el campo para unos ancianitos. Salimos como alma que lleva el diablo. Llamé al director de Estupefacientes de entonces.
Me averiguó que la casa en cuestión sí la habían entregado a Bienestar, pero que la verdad era que los testaferros del capo, no sé si fallecido o vivo en ese momento, impedían, a sangre y fuego, que alguien la ocupara. Los comentarios sobran. Nadie hizo nada al respecto.
La extinción de dominio es otra farsa. Mientras el capo siga vivo, sigue en la práctica administrando sus tierras. Sólo si lo matan o lo extraditan se puede hacer algo y eso si los testaferros de turno autorizan. Otro caso: la Fundación Alzheimer de Cali funcionaba en el sur de la ciudad en una casona, narcocasona entregada por Estupefacientes. Fueron tanto los anónimos y las amenazas de muerte a sus directores, que la tuvieron que abandonar y buscar otra sede, tal vez menos amplia, pero digna, y con todos los papeles en orden.
Seguimos agarrados del cuello por esas narcotenazas. Felicito a los que están destapando estos entuertos y les deseo lo mejor. Están metiéndose en aguas muy turbias. Dios los bendiga. La mayoría de los colombianos queremos que esas aguas se aclaren y retomen su justo nivel.
