Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Ya se acerca la Feria del Libro, Filbo. Unos días para sumergirse en otras dimensiones, escuchar disertaciones inteligentes y de contenido, dejar viajar la mente en otras mentes, identificarse con situaciones, temores, amores y esperanzas plasmados en tinta por manos desconocidas y casi poder tocarlas porque han escrito y compartido secretos que nos unen. Porque cada vez que abrimos un libro encontramos partes de nosotros mismos... Inclusive aquellas que rechazamos y nos cuesta trabajo aceptar.
Leo emocionada que Colombia cada año tiene más lectores. Que las bibliotecas ya no son espacios vacíos y silenciosos. Que ciudades pequeñas y pueblos poseen con orgullo un espacio lleno de libros. Que el entusiasmo crece tanto en niños como en adultos. Que ya estamos entendiendo que cada libro que leemos nos transporta a otras dimensiones, nos abre la mente, se mete dentro de nuestras emociones y nos lleva a ampliar nuestros espacios interiores, que son nuestro único patrimonio. Ese patrimonio íntimo que nadie nos puede arrebatar.
Este año el país invitado es Argentina. La potencia editorial de América. A ese país le debemos los colombianos los primeros libros que tuvimos al alcance de la mano. Desde Billiken, pasando por El Peneca, las aventuras de Pelopincho y Cachirula, hasta la primera edición de Cien años de soledad se imprimieron en ese fabuloso país...
Varias generaciones bebimos las primeras letras, los primeros romances, las primeras aventuras, los primeros clásicos editados en esa ciudad señorial y bella. Recuerdo mi niñez con ejemplares de “Editorial Abril/Buenos Aires”, unos libritos de pasta blanda y papel ordinario que me descubrieron ese mágico mundo de las letras que jamás, ni en mis momentos más oscuros y solitarios, me abandonaron. Creo que no he dejado de leer ni un día desde que descubrí las palabras y, con ellas, saber que no solo tenía mi vida, sino miles de vidas... cada historia, poema, novela o cuento tejido con palabras entrelazadas como filigrana me llevaba a otros mundos y otras vidas... A lo mejor soy el resultado de todas ellas... no sé.
Un libro. Un párrafo. Una frase. Una estrofa, una sola, puede cambiar el rumbo de una vida. Por eso siempre en los regímenes dictatoriales, ya sean de derecha o de izquierda, lo primero que se persigue es a los escritores, a los periodistas, a los que imprimen pensamientos y expresan opiniones, porque la palabra escrita es la más poderosa de las armas... “Abajo la inteligencia”, esa frase eterna y amenazante lanzada a Unamuno en la Universidad de Salamanca.
Me vienen a la mente escritores como Sándor Márai, condenado al exilio eterno por sus libros... Perseguido. Prohibido. Acorralado hasta el suicidio. Pienso en Solzhenitsyn. Pienso en Pasternak. Pienso en Neruda. Pienso en García Márquez. Pienso en García Lorca. En Salman Rushdie y sus Versos satánicos. En tantos y tantos que tuvieron que esconderse, pasar hambre, cambiar de nombre y expatriarse por tener el poder de la palabra y saber expresarlo ante un papel en blanco.
Ante este despelote electoral, en que los tuits y las mentiras, los egos y los oportunismos no dan campo para escuchar y mucho menos debatir una idea, ojalá que todos los que puedan se refugien estos días en la Filbo, se den una oportunidad de escuchar y leer, limpiar las mentes, descubrir de nuevo que el horizonte limpio es ilimitado y que a lo mejor unas páginas, o una frase en un conversatorio, les pueden ayudar a vislumbrar el país que de verdad queremos reconstruir para nuestros descendientes.
¡Un país que lee es un país en el que podemos confiar!
