Madrid. Después de algunos días, de pasar el jet lag, vuelvo a ponerme en marcha. Y esta ciudad sí que la tiene. A pesar del verano, lo que hierve es el hormiguero humano. Mientras los citadinos se ausentan buscando playas, los turistas se apoderan de las calles. Siete y media de “la tarde”. La Gran Vía, Alcalá, la Puerta del Sol, la Plaza de Santa Ana, los museos, los teatros, las salas de cine, las luces que empiezan a iluminar la noche adquiriendo una energía vertiginosa, un torbellino envuelve en espiral el ambiente. Voces, risas, música. La ciudad despierta de la siesta y agarra el ritmo. Imposible sustraerse. Todo vibra. La Vida, con mayúscula, bombea fuerte. Nessum dorma.
Pero no siempre fue así. Desde el Paleolítico muchas cosas han pasado. Sus primeros pobladores vivían al aire libre en verano a las orillas de los ríos Manzanares y Jarama. En compañía de mamuts, ciervos, jabalíes y rinocerontes. Siglos después se asentaron los árabes en Mayrit (“madre de las aguas”), entrando así a la historia de la mano del emir Muhammad I. Se convirtió en un importante enclave musulmán, un caserío de estrechas y retorcidas callejuelas. Vivían de la agricultura, la alfarería, el ganado.
Hasta que llegó Alfonso VI y se pobló de cristianos. Los moros se concentraron en la morería, los judíos en la judería y los cristianos se adueñaron del resto, llenándolo de iglesias y conventos. San Benito, San Jerónimo, Las Descalzas Reales.
Leyes y costumbres fueron cambiando. Me salto siglos, reyertas, guerras, persecuciones. Ya en 1600 Madrid se convirtió, curiosamente, en la ciudad más sucia de Europa: basuras, hedores, ausencia de alcantarillado, aguas fecales. Demasiada población sin infraestructura. Crecimiento veloz y ambicioso, caótico y desaforado. Pero la calabaza de la Cenicienta fue convirtiéndose en carroza: fuentes, jardines, palacetes, avenidas, artistas, escultores, arquitectos, paisajistas.
La construcción de la Plaza Mayor, que sigue siendo el corazón de la ciudad, fue el despegue, el hito. Centro de celebraciones, teatro, fiestas, toros, ahorcamientos, canonizaciones, chismes, cotilleos, murmuraciones. Nadie se escapaba de la sátira, la crítica, el retruécano. Se volvieron famosos los mentideros, espacios públicos donde se reunía la multitud en corrillos o grupos, nadie se salvaba de caer en ellos. Existían mentideros para la clase alta y para el pueblo y los maleantes. Se respetaban turnos y lugares. También estaba la Ronda del Pecado Mortal, un recorrido nocturno a cargo de monjas que aconsejaban prostitutas, ofrecían misas y jaculatorias, haciendo sonar campanillas y recogiendo fondos para salvar almas pecadoras (no siempre lo lograban).
Al madrileño lo ha salvado de todas sus guerras, plagas, tragedias y dictaduras el sentido del humor. En la época franquista abundaban los famosos cuplés y chotis que se bailaban y cantaban en las verbenas con doble sentido, sin posibilidad alguna de censura, ya que ningún dictador o sátrapa entiende ese lenguaje filudo (y el que quiere comer peces que se moje el Ku Klux Klan).
Historia breve de Madrid, un librito tesoro, me nutre de estas anécdotas y me enamora más de esta ciudad, llena de picardía, salero y duende, estilo propio. Madrid inagotable, amable y de brazos abiertos siempre, como me dijo un taxista. El que aterriza en Madrid inmediatamente es madrileño. Seguiré compartiendo estos secretos, ya el espacio no da más. ¡Salgo a cotillear!