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Si fuéramos cuerdos

Aura Lucía Mera

28 de octubre de 2025 - 12:05 a. m.

Sentada al frente del volcán Cotopaxi, ese gigante blanco llamado Cuello de Luna, a más de tres mil metros de altura en Ecuador, leo noticias de mi país. Por más que me quiera desenganchar del todo, no puedo. La patria es como cuando marcan el ganado con un fierro ardiente en la piel: se lleva a todas partes. Como bien lo dijo Kavafis: “Vayas donde vayas, siempre llevarás tu ciudad contigo”.

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Si fuéramos un poco cuerdos, para salir de esta “vaca loca” en la que estamos viviendo, cercanos a elecciones, coaliciones, maturrangas, componendas y traiciones, lo lógico sería apoyar a alguien normal.

Con todo respeto, que insistan en sus candidaturas mujeres como Vicky Dávila, María Fernanda Cabal o Carolina Corcho, sin desconocer sus habilidades periodísticas, demagógicas o desafiantes, no tiene ningún sentido. Se les recomienda aterrizar en lo que se llama “principio de realidad”, algo que los políticos conocen poco, porque el ansia de poder es una droga adictiva que va enganchando y distorsionando. Los egos se alimentan de sus propias mentiras, se miran en espejos cóncavos y ven autopistas en montañas rusas. Los precandidatos hombres también; la lista sería interminable.

Esta manada desbocada de precandidatos me recuerda, hace años, la llamada de un amigo para notificarme que se lanzaba como candidato a la Alcaldía de Cali. Al preguntarle por qué, me respondió muy honestamente: “Yo sé que no tengo futuro, pero pongo mi nombre a sonar y algo me sale”. Efectivamente, quedó de secretario de Gobierno y lo disfrutó al máximo.

Me pregunto qué quieren conseguir los y las metidos en este sonajero. ¿Un puestico? ¿Un consulado? ¿Un contrato? ¿Alguna recomendación? ¿Ministerio? ¿Consejería? Porque una cosa sí tengo cierta: por gratis no van. Algún deseo o guardadito tendrán, honesto por supuesto… o ni tan honesto. “Yo te apoyo, tú me apoyas”, verbo muy de moda cuando de elegir se trata.

De continuar cada uno jalando para su lado, tendremos otro final patético como el que sabemos. Y ya conocemos las consecuencias. Pero como la amnesia es un patrimonio genético colombiano, no sería nada inusual.

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Tenemos el peligro de caer en las garras de una ultraderecha retrechera e inescrupulosa. Ya la hemos padecido, y con el Ubérrimo invicto por milésima vez, ese peligro aumenta. Petro la resucitó. El tan prometido cambio quedó en eso. Que el Santísimo nos coja confesados.

Si fuéramos un poco normales, apoyaríamos candidatos con programas serios, realizables, comprometidos, austeros en sus promesas, alejados de los discursos de culebreros de plaza, demagogos de micrófono, expertos en vocabulario elemental plagado de lugares comunes.

Es posible. Basta con ser un poco cuerdos. Un poquito. Nada más.

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