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¿Sin salida?

Aura Lucía Mera

08 de febrero de 2016 - 03:16 p. m.

Está de moda hablar del Putumayo que si las voladuras de oleoductos, que si la Corte impide sacar el petróleo porque le ha dado por cuidar el medioambiente, que si los autóctonos no han sido consultados, que por qué diablos pararon de fumigar con glifosato, que siguen sembrando coca, que tanto dinero desperdiciado en proyectos salvadores que quedaron a la deriva, que lo que pasa es que todos son una manada de perezosos... en fin.

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Orito, La Hormiga, Puerto Asís y el río San Miguel ya nos suenan tan familiares como Anapoima, Barichara, Puerto Triunfo o El Rodadero; pertenecen al pan nuestro de cada día, así no sepamos dónde quedan estos pueblos olvidados por el Estado y desbaratados por la guerrilla, los “paras” y el Ejército.

Vuelvo a leer Del otro lado, escrito por Alfredo Molano Bravo, donde en seis capítulos nos narra testimonios de hombres y mujeres que tuvieron que decidir, en medio de una violencia no elegida, entre ser asesinadas o buscar al otro lado del río un refugio en Ecuador para reinventarse la vida. Cómo esas poblaciones, desplazadas también, del Tolima, los Santanderes, Antioquia y el Valle son sus actuales habitantes. Cómo el río San Miguel ha llevado cientos de cuerpos hinchados flotando hasta el mar. Cómo en esos piedemontes la lluvia espesa y la selva húmeda tapan con tierra y lodo esas fosas comunes donde yacen sin nombres ni dolientes tantos seres inocentes que simplemente llegaron a rebuscarse la vida en el lugar equivocado.

“Mi madre nació en un pueblo que no conozco porque cuando estuve en edad de conocer, ya no existían abuelos ni fincas (...) Me cuentan que la tropa nos perseguía y que fuimos a dar al Putumayo, a Orito, donde todo el mundo termina porque es un pueblo movido por el petróleo (...) Allá también se vive con miedo, hay mucho sapo, y cuando llega un forastero todo el mundo se queda callado, nadie chista nada (...) A mi hijo lo mató un paramilitar hecho a sangre, y cuando a una mujer le matan un hijo, la vida se le acaba porque le matan el amor”.

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Tierra de nadie. Tierra de todos. Tierra que gira alrededor del petróleo, la siembra de coca, el rebusque por el río San Miguel; olvidada por el Estado. Me cuentan que actualmente se siente la paz y se respira otro aire; que si la guerra de Uribe sirvió para que la élite pudiera volver a sus fincas, estos avances de paz han servido para que cientos de niños hayan regresado a sus escuelas. Suena simplista, ya sé. Toda la situación es más compleja, pero es una buena síntesis.

Sería interesante que ministros y congresistas doblaran sus corbatas de seda importada, tomaran el vuelo de Satena a Puerto Asís y se desplazaran entre baches, humedad y lluvia a estos pueblos para conocer la realidad de primera mano antes de sentarse en sus sillones de cuero a impartir órdenes y a legislar.

 

Posdata: gracias, Ecuador. Al otro lado del río miles de colombianos han podido continuar sus proyectos de vida, tener a salvo sus hijos y trabajar. ¡Gracias por haberles proporcionado esa segunda oportunidad!

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