“Stop”

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Aura Lucía Mera
17 de marzo de 2020 - 05:00 a. m.
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Me acuerdo de esa canción cubana cuando Fidel y el Che estaban en su apogeo y lograron que Cuba dejara de ser el prostíbulo de los norteamericanos. “Se acabó la diversión. Llegó el comandante y mandó a parar”, y todos bailábamos al son de ese ritmo pegajoso. Años 60. Una juventud hastiada de la guerra en Vietnam, de los muertos, del imperialismo salvaje. Nacimiento del hippismo, love and peace, marihuana y abrazos.

Ahora no es Fidel, es el planeta que se hastió de nosotros, de que lo siguiéramos contaminando, matando los árboles, derritiendo sus glaciares, incendiando sus bosques... Y de la noche a la mañana nos mandó a parar, a dejar de correr como hormiguero pisao siempre en busca de más cosas sin sentido.

De pronto, de un zopetón, nos hemos convertido en nuestros propios “enemigos”. Nos miramos con suspicacia, se cierran tiendas y restaurantes, se cancelan reuniones, la Iglesia catolica cambia sus ritos, los festivales de música se prohíben, Broadway apaga luces, el dinero sirve de papel higiénico y nos tenemos que enfrentar con nosotros mismos.

Cada uno a su casita. A reconstruir las bases de la familia, a mirar hacia el interior. Como lo dijo el profeta Gonzalo Arango: “La salida está hacia dentro”. Las calles se quedan vacías, el aire se está despejando.

No me meto en problemas económicos. Es la misma economía la que ha creado este caos. China obligando a trabajar con sueldos infranumanos a miles y miles de seres humanos para producir, producir, producir. EE. UU. ni se diga: millones de esclavos del siglo XXI obligados a horarios absurdos para enriquecer las arcas de unos pocos.

Este extraño micoorganismo, que en realidad ha cobrado pocas vidas, está logrando lo que ninguna organización internacional dedicada a proteger los más necesitados ha podido: detener la masa humana un momento. Aislarla y que el planeta entero tenga un turning point.

Como escribió Trueba: qué tal que todos los europeos salgan pitando para África, despavoridos, buscando refugio y nuevas oportunidades, y el continente maldito, ignorado y rechazado, no los admita y los deje ahogar en el Mediterráneo. La ley del péndulo existe y ha existido desde el comienzo de todo. Les podemos preguntar a los dinosaurios.

Esta curiosa pandemia respeta, por así decirlo, a niños y jóvenes. Tal vez los está protegiendo para un futuro mejor y se ha ensañado con nosotros los mayores, los que somos responsables de tantas calamidades.

Repito unas palabras de un Whatsapp. “Tal vez el coronavirus vino a enseñarnos algo. A abrirnos los ojos, a despertarnos. A detener la loca cultura del consumo para enseñarnos que para ser felices no tenemos que tener lleno de sellos los pasaportes. Estar aislados no significa estar solos. Aprender a estar con nosotros mismos es los más importante. Para cambiar patrones, hábitos, necesidades”.

Posdata. Hacer silencio dentro de nosotros mismos es permitir que Dios se siente a nuestro lado.

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