Arrancó la contienda electoral oficialmente. Una carrera desbocada en la que compiten caballos salvajes, viejos, resabiados, pateadores, mordelones, galoperos, de trocha, de salto, de alta escuela, criollos, purasangre, trotones, algunos sin jáquima, en fin...
Una carrera por el poder, variopinta, desordenada, cuyo común denominador han sido los insultos, las agresiones, las marrullas, la falta de programas serios, la ausencia de ideologías claras, los volantes entre la niebla, las amenazas solapadas, las noticias falsas, los silencios cómplices y las maturrangas por debajo de cuerda. La única verdad hasta el momento es un desconcierto total.
Estamos bajo un temporal de rayos y centellas de odio, rabia, impotencia, desinformación y confusión. Estamos, y me incluyo, sacando lo peor de nosotros mismos. Como si todas las nubes incandescentes, negras y tóxicas de la explosión de Tonga, que sacudió la estratosfera y alteró los mares, hubieran caído en la cabeza de cada uno de los colombianos. No se ve el sol por ninguna parte. “Yo quiero que me enseñen dónde está la salida para este capitán atado por la muerte”. Porque es la muerte la que campea a sus anchas. Hemos llegado a tal cinismo e indiferencia por el dolor ajeno, que hace pocos días en un debate mediocre y amañado, en el que participaron algunos candidatos tocados por la guerra, el secuestro y la desaparición de algún familiar, el hecho suscitó algunas risas de los asistentes.
No nos importan un pito, y a los caballos en su desbocada carrera tampoco, los más de 300 exguerrilleros asesinados desde el Acuerdo de Paz, jóvenes que no se rindieron, sino que aceptaron deponer sus armas para reinsertarse a la sociedad. Miles de ellos trabajan en proyectos artesanales, agrícolas y educativos, pero con la espada de Damocles encima sin saber si sus vidas están protegidas, a tal punto que la misma Corte Constitucional dijo que el Gobierno NO ha cumplido el Acuerdo. Según El Espectador, “la Sala Plena (respaldó) que se le acabaron las excusas al Gobierno de no velar por la seguridad de los firmantes”, pero, afirmación personal, sí está cumpliendo lo prometido: “Hacer trizas la paz”.
No veo que ningún aspirante al solio de Bolívar se pronuncie sobre este tema. Como si la muerte nos dejara indiferentes, igual que el hambre de miles y miles de colombianos que nunca llegan a las tres comidas diarias, mientras los ICBF de turno se roban el dinero. Como escribe Cristina Sánchez Andrade, una de las escritoras actuales más importantes de España en su libro El niño que comía lana: “El hambre, señor juez, saca lo peor y lo más oscuro de cada uno. El hambre produce ruidos, ¿sabía usted eso? Hace que rechinen los goznes de los huesos”. Ya avisan que Colombia sufrirá hambruna, pero nadie se pronuncia. Ya sabemos que estamos dentro de un espiral de violencia tremendo, pero nadie se pronuncia.
Los caballos, perdón, los aspirantes desbocados están muy centrados en sus egos, en sus rencillas internas, en sus rencores, en el insulto barato y bajo, en defender sus “puritanismos” y arrojarle el agua sucia al otro. Mientras Colombia exige programas, proyectos concretos, hojas de ruta viables, compasión por los más vulnerables, propuestas sobre equidad, educación y trabajo, el panorama sigue oscuro, gaseoso, rancio, acaparado por sus propias turbulencias.
Posdata. Cambio de tema. A Juan Gabriel Vásquez, en el conversatorio con el hijo de García Márquez en el Hay de Cartagena, se le olvidó o no se atrevió a hacerle la gran pregunta final: cómo era su relación con su media hermana. Lástima, estoy segura de que hubiera respondido algo cálido y amoroso. En fin...