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Un alto en el camino

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Aura Lucía Mera
23 de diciembre de 2008 - 12:57 a. m.
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ME ALEJO DE TODO. MANDO AL quinto cuerno todo. Me quiero sumir en la amnesia y no pensar en nada. Reconocer que tengo que pedir serenidad “para las cosas que no puedo cambiar” como nos enseña Alcohólicos Anónimos. Reconocer que no puedo cambiar nada. La inutilidad de las opiniones escritas. La energía gastada en rabietas ante el despelote.

El cansancio infinito de ver mi ciudad destruida, vuelta pedazos, llena de basuras, huecos, anarquía y pobreza. La impotencia de ver los noticieros que muestran olímpicos pensando en el rating solamente toda la violencia que nos envuelve. Dejar entrar en mi pantalla chica las fosas comunes, las niñas violadas, los asesinatos de falsos positivos, el cinismo del Gobierno central, las maniobras torcidas de una reelección que estaba ya planeada, la corrupción rampante, las recompensas a los genocidas. No, no quiero pensar hoy. Me niego.

Me remonto entonces a ese veintitrés hace ocho años. Todos reunidos en esa celebración ecléctica de todos los años. Con el viejo pesebre ya todo descuartizado y extraño, donde las cataratas eran tiras de celofán retorcidas en vertical que daban a un espejo lleno de patos gigantes, las casitas torcidas por el tiempo y el Niño mutilado; tal vez algún nieto, de pequeño se le había comido los brazos. El Barbudo Noel, tocando sus campanitas. Fue tu último día. Te reíste y brindaste. Dijiste frases sabias que apenas captamos en el momento. Recitaste. Nos hiciste reír como siempre, y tu respiración agitada se mezclaba con tu mirada inteligente y llena de amor. La enorme casona brillaba imponente como un faro de luz.

El veinticuatro muy de mañana, no te despertaste, te quedaste dormida para tu viaje final. Te marchaste hacia el cosmos, tal vez buscando la estrella original, tal vez buscando tus otros amores que se habían adelantado en la partida. Me quedé con el mantón que usaste por última vez. Lo sigo usando cada vez que monto en avión. Me protege y tiene tu olor. Te quiero contar que te llenaste de bisnietos y que todos ya te conocen y hablan de ti. Qué pena que no tuvieron la fortuna de reírse a tu lado. Como siempre, nos reuniremos hoy veintitrés. No nos gusta el veinticuatro. Está lleno de compromisos y afanes. La tribu presente estará firme ante un minipesebre. Comeremos buñuelos y brindaremos por ti.

Sigo mi vida sin que el tiempo mitigue el vacío, ni la tristeza. Es mentira que los años atenúen ese dolor, que es un hueco negro en el alma. Lo que pasa es que hay que seguir. Siempre hacia adelante. Esa semilla que sembraste en cada uno de nosotros seguirá germinando de diferentes maneras. Seguirá, estoy segura, pasando esa antorcha que prendiste. Antorcha alegre, irreverente, original y divertida. Ese cromosoma loco que nos une pero no nos ata a ninguna convención. Ese cromosoma de libertad de espíritu y de carcajada limpia. Fue tu mejor herencia. Nada ni nadie nos la podrá quitar...

Sigo adelante pero no me conformo. Me haces falta, y por más que me invento las cosas y los días, las risas, las peleas, las batallas cotidianas  y las ilusiones, nunca volvió a ser lo mismo. Ya no estás. Mañana veinticuatro miraré las estrellas. De pronto diviso una que me guiña su luz. Ésa eres tú.

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