La reforma a la justicia aprobada por el Congreso es una vergüenza nacional.
Una reforma hecha a la medida de los HH.PP. para, de nuevo, volverse intocables. Es el semáforo en verde para la impunidad rampante de los legisladores y funcionarios de este país, tocado como nunca antes por la corrupción, las componendas, las dádivas.
No me explico cómo el ministro Esguerra siguió este juego. No me explico cómo se prestó para la manipulación grosera de que fue objeto. El hombre, el abogado que conocí hace muchos años y de quien siempre admiré su inteligencia y verticalidad, se dejó, de repente, manosear y permitir que se burlaran en su cara, hasta el punto de que no lo dejaron ingresar al último debate, donde, a puerta cerrada, los HH.PP. hicieron lo que les dio la real gana.
La única esperanza para detener este atropello a la verdadera Justicia es que el presidente Santos no la sancione. No sé si tendrá el valor de hacerlo. Pero es bueno que recuerde de dónde venimos. Y para dónde iríamos, de ser sancionada. No entiendo cómo este gobierno se ha dejado meter semejante autogol. O que nos hablen claro y de frente y nos cuenten realmente qué propósito tiene el actual gobierno al haberse prestado a este juego, que nos retrocede a las peores épocas de impunidad, cuando los congresistas hacían y deshacían a su antojo.
Ya podrán los honorables legislar, repartir, cohonestar, encubrir, sin que jamás exista el temor de la pérdida de investidura. Se blindarán ante cualquier investigación. No habrá poder humano que los enjuicie ni juzgue. Es una vergüenza nacional. La Justicia, con mayúscula, está de duelo.
Basta ver, con terror retrospectivo, que si este monstruo de mil cabezas y ‘micos’ se hubiera aprobado unos años antes, el exsenador Martínez del Valle del Cauca jamás habría sido sancionado. Y sigamos contando ejemplos. Los HH.PP. implicados en el paramilitarismo. Los que están próximos a ser desenmascarados por sus vínculos con la Farc, con los narcos... Y el rosario de letanías sería infinito.
Si ya tenemos a la espalda una historia larga y tenebrosa de impunidad, leamos, Gaitán, Mamatoco, Galán, Álvaro Gómez, Garzón, los genocidios y las masacres de los ‘paras’, los falsos positivos... Lo que nos espera es aun más tenebroso.
Me uno, como ciudadana del común, al clamor de protesta por esta reforma, que nos manda de nuevo a las épocas de la caverna. Presidente Santos, recuerde que usted es el jefe de Estado de más de 40 millones de habitantes. Usted tiene la última palabra.
P.D. Cada vez me convenzo más de que a las Fuerzas Militares, o a algunos de sus altos mandos, retirados y activos, no les interesa la paz. La solución no es seguir matándonos. Es concertar, perdonar y aprender que la vida es sagrada. No existen ejes del bien y el mal. Todos somos responsables de esta sangría, en la que los muertos los siguen poniendo los campesinos. Campesinos soldados. Campesinos guerrilleros. Campesinos civiles. Felices los traficantes y negociadores de armas. Ellos son los únicos que ganan. La paz en Colombia podría desbalancear importantes rubros del presupuesto internacional.