No, no es Colombia, aunque aquí también estamos bañados en sangre desde que nos conocemos y la violencia no cede. La paz no se decreta ni hay poderes mágicos como la varita del hada de la Cenicienta, que con un solo movimiento y un “salacadula” convirtió la calabaza en una hermosa carroza y las alpargatas en zapatitos de cristal.
Vamos al país más armado del mundo, al que tiene más de 400 millones de armas —más de una por cada habitante—, sin contar el botón nuclear que nos atomizaría a todos en contados instantes, los mejores submarinos de guerra, los bombarderos más veloces, los drones supersónicos, los más sofisticados espías, el FBI, la CIA, las cárceles más seguras, los métodos de tortura más refinados (remember Guantánamo).
El gran país con su salvaje Oeste donde el “bueno” siempre mataba al “malo”, generalmente indio o esclavo; el país que nos metió por las narices, en series y películas, en blanco y negro o en color, esas historias de sheriffs valientes y cowboys machotes que bebían y fumaban como cosacos y eran los héroes que aplaudíamos sin cuestionar jamás, que se divertían en burdeles mientras sus recatadas esposas cocinaban y atizaban la chimenea o acariciaban bebés rubitos angelicales.
Sí, esa potencia mundial, Gringolandia, la del sueño americano, que ha sido siempre nuestro guía y modelo, y jamás hemos osado contradecir porque nos hubiera borrado de un plumazo. Donde “millón y medio de norteamericanos han perdido la vida a balazos desde 1968: más muertes que la suma de todas las muertes sufridas en guerra por este país desde que se disparó el primer tiro en la Revolución estadounidense”, escribió Paul Auster.
Sigo citando a Auster: “Los estadounidenses ya están tan habituados a la matanza de todos los días que no se molestan en prestar atención, incluso cuando las cifras se siguen incrementando año tras año. Pero entonces, de pronto, en algún sitio se produce una matanza que destaca sobre las demás, un baño de sangre de tal horror y magnitud que la sociedad norteamericana al completo se para momentáneamente en seco mientras la avalancha de cámaras capta imágenes de gente llorando, destrozada, los periodistas ahondan en los detalles del crimen y publican historias sobre el asesino y sus motivos, y editoriales y comentaristas de televisión lanzan sus opiniones al público”.
“Por un breve instante, todo el mundo parece unirse en este país solitario y fracturado, pero en un abrir y cerrar de ojos nada cambia jamás y al cabo de una semana o dos el distraído público dirige la atención a otra parte. Derramamiento de sangre y dolor transformados en una serie de entretenimientos macabros que una y otra vez nos plantan frente al televisor y lamentamos lo que le ha ocurrido a nuestro amado Estados Unidos”.
Paul Auster, escritor, traductor y guionista, uno de los más reconocidos intelectuales contemporáneos, acaba de publicar este libro sobrio y crudo de cómo ha sido la verdadera historia de Estados Unidos desde el precolonialismo hasta la fecha. Se pregunta por qué los ciudadanos de su país tienen 25 veces más probabilidades de recibir un balazo que los de otros países ricos, lo que los convierte en el país desarrollado más violento del mundo occidental.
Este libro invita a la reflexión sobre la soledad y el desamor que penetran el alma de un país que ofrece de todo para consumir, pero carece de otros valores intangibles que no se compran ni se venden. Un país bañado en sangre, para estos días santos y de introspección.
P. D. Paul Auster afirma que solo habrá paz cuando ambos bandos lo quieran y que para pensar en el futuro es preciso hacer un riguroso examen de quiénes hemos sido en el pasado. Como anillo al dedo.