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Un país en silencio

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Aura Lucía Mera
30 de noviembre de 2010 - 02:57 a. m.
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ECUADOR EN SILENCIO. LA JOR-nada censal del domingo pasado les regaló a todos sus habitantes un día de silencio.

Todos los ecuatorianos cumplieron religiosamente la orden de no salir de sus casas. Ausencia absoluta de automotores, bicicletas, motos, buses, caminantes, ventas ambulantes. Solamente se escuchaba el silencio. Un regalo a la naturaleza. Contaminación cero en todo el territorio. Se sentía la magia de la ausencia de seres humanos. Como si el universo se hubiera detenido para dejar respirar al país. En algunas zonas diluvió, en otras el sol iluminó con toda su potencia este país enclavado en la mitad del mundo. No faltaron los temblores ni las cenizas del Tungurahua mezclándose con el viento helado de la sierra.

Una de las preguntas claves fue la referente a la etnia o raza. Muchísimas personas no acertaban a responderla. Algunas se avergonzaban. Otras se irritaban. “¿Se considera blanco, indígena, mestizo, negro, mulato, afroecuatoriano o afrodescendiente?”. No faltaron respuestas contradictorias que pusieron en aprietos a los universitarios encargados de la jornada censal. La mayoría se confundieron y dudaron al responder que eran mestizos. Afrodescendientes que preferían ser considerados mulatos. Otros en cambio afirmaron con orgullo su raza indígena, algunos pidieron que escribieran que eran “descendientes directos de Atahualpa”. Muchos emigrantes ilegales colombianos se pasaron la frontera temerosos de represalias, aunque estaba explicado que no tendrían ningún problema. Los indigentes en las calles se dejaron convencer por un sándwich y respondieron, en medio de su traba de chicha o paico, las preguntas. Las élites sociales se declararon blancas del todo. Hubo contadas y honrosas excepciones que reconocieron las mezcla de sangre y de cultura.

Lo cierto es que este país, latitud 000, lleno de nevados, selvas, ríos, valles infinitos, lagunas y tradiciones, es una mezcla afortunada de tribus ancestrales que jamás se han dignado fusionarse con ‘el blanco’, como los Otalavalos, los Salasacas, los Aucas; de mestizos, de africanos, como los que habitan el Valle del Chota, que preservan hasta la arquitectura de sus chozas idénticas a las que habitaron sus ancestros africanos. Un país de españoles que jamás se mezclaron. De los que sí fusionaron su sangre, de los que intercambiaron amores y descendientes con orígenes indígenas, negros y mulatos. Un país “boutique”, que con los resultados de este censo, podrá conocerse más, identificar aún más sus orígenes culturales, un país donde todos los colombianos son bienvenidos y tratados como hermanos. Legales o ilegales, refugiados o empresarios. Todos son acogidos con los brazos y el corazón abiertos.

Coincide esta jornada de silencio y aire puro con la noticia de la restauración de las relaciones entre los dos países. Al fin se terminó esta pelea absurda. Bien, presidente Santos. Estoy segura de que nombrará un embajador de racamandaca, porque Ecuador se merece nuestros mejores representantes. Cesó la horrible noche, así como los malos entendidos, las verdades a medias. Se respira aquí, en la mitad del mundo, un aire de alegría y tranquilidad.

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