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Una cita con el arte

Aura Lucía Mera

12 de diciembre de 2011 - 06:00 p. m.

Siempre he creído que la profesión u oficio de artesano debería ser la mejor remunerada.

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Recuerdo cuando hace algunos años, como sugerencia para mi recuperación del alcohol y las drogas, el terapista me soltó la siguiente perla: “No debe trabajar en nada que no sea en usted misma, por dos años”. Quedé como mutilada. Yo, acostumbrada al afán, al trabajo, ¿condenada a “no hacer nada”? El ego se me revolvía como un remolino. ¿Qué haría el mundo sin mí?

Naturalmente decidí regresar a Cali a vivir. Tierra caliente, piscina, pueblo pequeño. Bogotá impone trajín. No era capaz de enfrentarme a mí misma allá.

Todo esto para hablar de artesanía. Ingresé a clases de cerámica, como lo oyen. Amasar barro, pulirlo, dejarlo secar, volverlo a pulir, sacarle las bolitas de aire, pintarlo sin chorrear, meterlo al horno, esperar que no estalle, volver a pintar, en fin. Confieso que lloraba de rabia, aislada del grupo, amasando el barro: “yo, este portento de la naturaleza, con un delantal, amasando arcilla". También compré acrílicos y lienzos. Clases de pintura, paisajes, casitas, árboles, un atardecer. Finalizo diciendo que fueron los dos años más importantes de mi vida. Me volví amiga mía. Aprendí a estar sola, a escuchar el silencio, a caminar por una nueva senda. La de la quietud interior, que me da la energía verdadera. Ya no importa que me hubieran vetado en todos los hornos de Cali, cuando mis obras estallaban, pulverizando las demás.

Regreso de mi cita puntual en Bogotá, con la Feria de Artesanías. Deambulo hipnotizada por los pabellones. Ingreso en el pasillo de las maravillas: telas, tejidos, olletas, vasijas, obras diminutas y perfectas, arlequines que estallan en colores, maravillas en cuero, portapapeles... Toda la imaginación volcada en esta muestra mágica.

Recorrer México, Guatemala, India, Vietnam, Ecuador, Perú, Bolivia, Uruguay, Paraguay, sin comprar pasajes, ni esperar en aeropuertos. Incrustarse en sus colores, sus expresiones más autóctonas, palpar la sutileza de sus tejidos, las tradiciones de siglos envueltas en colores. Todo a la mano... Caminar lentamente por el pabellón de nuestras etnias, qué maravilla.

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Luego Colombia en todo su esplendor. Emociona ver cómo año tras año los diseños son más bellos, la creatividad se desborda, la textura de las maderas invita a la caricia. Repito , ingresar a Expoartesanías es recorrer la ruta del país de las maravillas. Atrás quedan sinsabores, dolores, peleas, preocupaciones. Comprar o no comprar, he allí el dilema. No importa, es recrear las retinas, grabarse en la mente esas texturas y colores, recordar el tacto de los tejidos.

Obras de arte. Fruto paciente y laborioso de muchas horas, muchos días, diseñando, cocinando, hilando, tejiendo. Sí. La artesanía es la máxima expresión del arte. Invito a todos los colombianos que puedan acercarse a Bogotá, para que tengan la oportunidad de llenar el alma de cosas lindas y caer en cuenta, una vez mas, del talento de nuestro orfebres, artesanos, creadores todos de lo más sutil, la estética simple, que no necesita arandelas ni sofismas para ser eterna. Los felicito, los admiro y, por qué no, los envidio un poco. Jamás me pude ni siquiera acercar a ellos, pero me enseñaron la importancia de lo intangible. Cada obra de un artesano es fruto de su silencio y armonía interior.

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