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“A veces hay que irse dando un portazo, / y no mirar atrás mientras la casa se derrumba. / A veces duele demasiado la huida, / pero duele más renunciar a respirar / por quien ni siquiera se da cuenta de tu asfixia”. María Vera Salas.
Me llegó por WhatsApp. Profunda, valiente y dolorosa reflexión. Recuerdo una frase de Marguerite Yourcenar en su libro Alexis o el tratado del inútil combate: “Te pido perdón, lo más humildemente posible, no por dejarte, sino por haberme quedado tanto tiempo”.
Coincido con la obra musical Les Misérables en Londres, esa adaptación del libro de Victor Hugo que han presenciado más de 60 millones de personas en más de 42 países, traducida a 21 idiomas. Inaugurada en 1980, hace más de 40 años, vuelve a estremecer. Es impactante su mensaje sobre la injusticia social, el amor, la redención de un convicto, la impotencia y la fortaleza cuando para poder sobrevivir hay que dar un portazo sin mirar atrás si la casa se derrumba.
Correr hacia delante, por doloroso que sea lo que se deja atrás. Salir de la zona de confort y lanzarse al vacío para encontrarse, sentirse libre de amarras que la sociedad impone y que atan ilusiones y proyectos de vida, mutilándonos el alma.
Saber escapar para tomar aire de aquella persona o situación que nos asfixia y nos derrota por dentro, porque nadie a nuestro alrededor se da cuenta ni le importa que nos estemos asfixiando.
Ser capaz de romper ventanas para conocer otras calles, otros campos, otros olores, otros brazos. No dejarnos atrapar por el día a día, la rutina, el desamor disfrazado de palabras correctas que va minando la autoestima y entierra la alegría.
Vale la pena romper amarras, dar un portazo y seguir caminando. Depende de cada uno de nosotros encontrar su propia senda, no la que nos impusieron o aceptamos por equivocación.
Por eso mismo me llegó al alma ese poema extraño. Por eso recordé las palabras de Alexis cuando deja a su amante. Por eso me repito cada vez que puedo Les Misérables y vuelvo a llorar con la decisión del convicto Jean Valjean de iniciar una vida nueva, con el entusiasmo de esos jóvenes atrapados en la pobreza para cambiar el mundo y la entrega de sus propias vidas para lograr un cambio.
Compruebo de nuevo que los libros sí cambian vidas, que la palabra escrita es más poderosa que las armas. Les sugiero a estas nuevas generaciones que archiven sus móviles y se regalen el tiempo para leer y encontrarse consigo mismos. No hubiera existido la liberación de muchas mujeres sin Simone de Beauvoir; nada habría pasado en el mundo sin El capital de Marx.
Corran hacia delante, cierren puertas, no miren hacia atrás, no teman el dolor de la huida, que durante el nuevo camino se arreglan las cargas y pasan las tormentas para darle campo a un nuevo amanecer. Lean, lean, lean, no pierdan jamás la curiosidad de aprender y descubrir cosas nuevas o antiguas pero eternas. El mundo es ancho y ajeno, depende de cada uno de nosotros descubrirlo y caminarlo. La libertad física nos la pueden arrebatar, pero la libertad de pensamiento jamás.
