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Generalmente paso por alto la mayoría de mensajes que recibo en WhatsApp. Los que se refieren a la santidad, las oraciones por los abuelitos, los dibujitos de ángeles y las cadenas de la suerte o de plegarias me producen pánico. Además, me parece que tienen “pava” o traen mala suerte. Ni la espiritualidad, ni la fe, ni las creencias pueden existir mediante mensajes virtuales. Como dijo alguien: Dios no se comunica por chats. Esos los borro inmediatamente; jamás los contesto y sin embargo me siguen apareciendo.
Aprovecho para decirles a mis contactos, si leen esta columna, que no me envíen más; no los leo. Repito que les tengo fobia y además gasto mucho tiempo eliminándolos porque parecen maná caído del cielo. No traten de salvarme. No insistan en aumentar mi fe y mi religiosidad. Tengo mis principios. Mis creencias. Mi poder superior. No necesito angelitos redondos, ni virgencitas mirando las nubes, ni sagrados corazones lanzando rayitos de luz, ni oraciones para curar el cáncer, eliminar la pobreza o llenar la casa de felicidad. Si no tienen nada que decirme, no me escriban. ¡Los sigo queriendo!
Me aparté del tema. Sí me encantó uno y me llegó al alma. Se supone que lo escribe una mujer con comienzos de alzhéimer y lo quiero compartir porque es un llamado de amor:
“Si alguna vez olvido quién soy... ven y llévame al mar para que me funda en su azul; dile a la luna llena que necesito verla y a las estrellas que vigilen que no me apague.
Recuérdame cada intento para que recuerde que fui capaz. Enséñame montañas, sonrisas y nubes, y dime que me esperan. Tararéame bajito y balancea mi cintura para que la música regrese a mi cuerpo.
Susúrrame un ‘te quiero’ para que mi corazón recuerde lo que es latir. Dime que los sueños son más reales que la realidad y que me esperas allí para demostrármelo.
Tráeme lluvias y tormentas para poder resguardarme en casa; inventa fantasmas y fantasías que hagan temblar mi piel. Abre puertas que resuciten mi alma y me devuelvan la fe.
Átame a tu brazo y no me dejes escapar. Mírame a los ojos para que los tuyos griten mi nombre y me reconozca de nuevo. Y hazme saber que el amanecer no amanece sin mi despertar.
Si alguna vez olvido quién soy: por favor, ¡no lo olvides tú!”.
No sé quién lo escribió. Pero quiero dedicárselo a todas aquellas personas que quiero y he visto cómo se van desapareciendo sus recuerdos; cómo sus miradas no responden a las mías. Decirles que siguen en mi vida, en mi corazón y, mientras yo recuerde, ¡jamás las olvidaré!
Posdata. Qué triste es visitar una residencia de ancianos, muchos de ellos olvidados por todos. Pienso que los que han perdido la memoria y el corazón son sus familiares, que los relegaron y sacaron de sus vidas. Los invito a visitarlos, tomarlos de la mano y darles su dosis de amor. Ellos, a lo mejor, dentro del misterio del cerebro y del alma los recuerdan. ¿Por qué no?
