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“Un pajarito se entró por la ventana a un convento y las monjitas contentas con el pajarito adentro”, recuerdo cuando al ritmo de La cucaracha cantábamos estas estrofas, al principio sin entenderlas muy bien, pero después con toda la malicia y sonoras carcajadas.
Es de todos sabido que desde el siglo XIII, cuando a San Francisco de Asís le dio por fundar la Orden de los Franciscanos, la adinerada y linda italiana Clara lo visitaba regularmente y quería hacer algo similar, pero de mujeres, hasta que el santo Francisco, el mismo que hablaba con los animales, ya un poco fastidiado por el acoso, le dijo: “¡Anda niña, funda un convento!”, y así nacieron Las Clarisas, monjas de clausura totalmente dedicadas a la oración y meditación, sometidas voluntariamente a obedecer los votos de pobreza, castidad y obediencia, mantenidas a todo lujo por aristócratas riquísimos que regalaban dotes enormes para que alguna de sus hijas rebeldes o solteronas, o alguna viuda, ingresaran y no pusieran en peligro la reputación familiar; o sea, pobres pero viviendo a todo taco cantando, rezando, sembrando frutales, meditando y peleando entre ellas por jerarquías, mando y poder.
Naturalmente, como no podían confesar ni oficiar misa, ni levantar el copón, ni tocar las hostias, ni predicar, eran los franciscanos los que entraban y salían de los conventos libremente, como perro por su casa, y ahí empezó todo: entre santo y santa, pared de calicanto. Los conventos se multiplicaron y se extendieron por el mundo entero con otras denominaciones de origen: Dominicas, Carmelitas descalzas, calzadas, Benedictinas, Cartujas, Jerónimas, Agustinas, todas con sus correspondientes obispos y clérigos, monaguillos de cada orden.
Generalmente, los conventos masculinos quedaban adyacentes a los femeninos, y gracias a túneles o pasadizos secretos se encontraban unos con otras. Amoríos, violaciones, abortos, fetos descubiertos siglos después, en fin, derecho a pernada sagrada entre canto y canto.
Traigo esta historia porque en España, pleno siglo XXI, época atea y descreída, las Clarisas de un pueblo de la provincia de Burgos se han rebelado contra el Papa, tratándolo de hereje, renegando de todos los papas anteriores, reconociendo solo a Pío Doce -el fascista- como único y uniéndose a un obispo excomulgado y falso de nombre Pablo de Rojas Sánchez-Franco, fundador de Pia Union Sancti Pauli Apostoli, organización reaccionaria ultraderechista que se sostiene con la ayuda de sus adeptos y del Estado. (Ya Sánchez, presidente de Gobierno, mandó a investigar esta desfachatez).
El Vaticano la considera una secta peligrosa y una herejía, pero Pablo de Rojas se hace llamar Duque Imperial. Vive como príncipe con mucama de cofia y conductor.
Las Clarisas rebeldes se han pasado de la huerta y los cánticos solitarios a Instagram, cismáticas y apartadas de la Iglesia católica. Y todo este despelote porque el Vaticano no les autoriza vender un convento para comprar otro en un pueblo diferente.
Como le dijo Cristo a Pedro en el huerto de Los Olivos: “Así estamos Pedro, y tú cortando orejas”. Veremos en qué termina este cisma con obispo falso, dinero de por medio y monjitas contentas con el Duque adentro.
