Aclaro: este artículo no lo escribo en nombre de Alcohólicos Anónimos. Lo escribo a título personal. Como lo que soy, una adicta en recuperación.
Mirando papeles, carpetas guardadas en un baúl, aprovechando el nuevo confinamiento, resultado del despelote de Semana Santa, me encontré el famoso test de las 12 preguntas básicas para saber si somos alcohólicos.
Aparentemente el test más elemental del mundo... 12 preguntitas inocentes, aptas para cualquier persona que sepa leer, sin filosofías ni enredos. Casi como la cartilla de la Alegría de leer. Para poderlas contestar no se requiere ningún título universitario ni conocimientos especiales.
Nadie puede creer cuando las lee por primera vez que son el fruto de años de investigación sobre esta enfermedad primaria y progresiva. La adicción al alcohol, para mí la droga más letal, permitida socialmente, la que no se prohíbe, ni se fumiga ni se persigue. Más peligrosa que la cocaína, la marihuana o el bazuco. Nadie mata a nadie por vender o “traficar” con licores. No se allanan bares ni discotecas, nadie va a la cárcel. Al contrario, entre más elegante es el agape, bautizo, primera comunión, matrimonio, grado, fiesta, más alcohol se consume. Colombia chupa, y chupa fuerte. Todos los estratos económicos y sociales giran alrededor del alcohol. Chicha, guarapo, cerveza, cocteles, whisky, vodka, aguardiente, vinos, anisados, ginebra, ron, refajos. Esto es un hecho. Ni bueno ni malo. Un hecho.
Es la droga más insidiosa. Nadie tiene que esconderse en un baño para “meterse un trago”. Son elegantes las fotos sociales con un vaso en la mano. Por eso es tan difícil aceptar la enfermedad del alcoholismo, tan duro y humillante redimir ese cuestionario, contestarlo honestamente y aceptar el diagnóstico. Es la única enfermedad que cada uno de nosotros nos podemos diagnosticar sin haber estudiado medicina ni nada. Simplemente con saber leer.
Aquí van:
“¿Ha tratado alguna vez de no beber durante una semana sin poder lograrlo?”.
“¿Le molestan los consejos de otras personas cuando le sugieren que deje de beber?”.
“¿Ha tratado alguna vez de ‘autocontrolarse’ cambiándose de bebida (cerveza en vez de aguardiente, etc.)?”.
“¿Ha bebido alguna vez por la mañana durante el último año?”.
“¿Siente envidia de las personas que pueden beber normalmente sin meterse en problemas?”.
“A pesar de que sabe que no puede controlarse en la bebida, ¿sigue afirmando tercamente que puede dejar de beber por sí solo cuando quiera?”.
“¿Ha notado que está bebiendo más frecuentemente y teniendo más problemas que el último año?”.
“¿Su manera de beber le ha ocasionado problemas en su hogar, trabajo o estudios?”.
“En reuniones sociales donde la bebida es controlada, ¿trata de conseguir tragos extras?
“¿Ha tenido alguna vez lagunas mentales a causa de la bebida?”.
“¿Ha faltado alguna vez al trabajo o al estudio durante el último año a causa de la bebida?”.
“¿Ha pensado alguna vez que podría tener más éxito en la vida si no bebiera?”.
Estas son. Lo único indispensable es hacerlo a solas y ser absolutamente honestos con nosotros mismos.
Sorpresa: si contesta más de tres positivamente somos alcohólicos y si no le paramos bolas al asunto la vida se nos convertirá en un infierno.
No esperemos que el ascensor se desfonde y nos apachurre. Bajémonos a tiempo.
Yo conocí estas preguntas años antes de pedir ayuda, cuando mi vida estaba absolutamente fuera de control y, a pesar de esto, la total aceptación de mi adicción fue un proceso largo, lleno de recaídas, negaciones e internamientos en instituciones. Hasta que acepté de corazón mi total impotencia ante la sustancia, logré encontrar el camino de la recuperación.
Estas 12 preguntas sirven para cualquier sustancia. Alerta y aprovechen estos días de reflexión. A mí me salvaron de mis tres destinos seguros: cárcel, manicomio o muerte indigna. ¡Vale la pena!