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El expresidente Jair Bolsonaro enfrentó el pasado 20 de julio de 2025 un cerco judicial sin precedentes. Está procesado por crímenes de altísima gravedad que comprometen directamente la estabilidad institucional del país. Según la denuncia formalizada por la Procuraduría General de la República (PGR) y aceptada por el Supremo Tribunal Federal (STF), los principales cargos incluyen:
- Conspiración para ejecutar un golpe de Estado, mediante un borrador de decreto para intervenir militarmente el Tribunal Superior Electoral y anular los comicios de 2022.
- Instigación pública y coordinación de ataques contra las instituciones democráticas, culminando en el ataque del 8 de enero de 2023 a las sedes de los tres poderes en Brasilia.
- Obstrucción de la justicia y abuso de poder, al manipular estructuras de las Fuerzas Armadas y la Policía Federal para protegerse de investigaciones.
- Apropiación indebida de bienes públicos y enriquecimiento ilícito, con pruebas de venta ilegal de joyas del Estado y ocultamiento de divisas.
Las medidas cautelares impuestas por el STF reflejan la gravedad del caso: vigilancia electrónica 24/7 con tobillera, toque de queda nocturno, prohibición de uso de redes sociales, alejamiento de diplomáticos y aislamiento de su hijo Eduardo Bolsonaro, también implicado. En el allanamiento de su residencia, se incautaron US$14.000, 8.000 reales y una USB oculta —símbolos materiales de un deterioro ético e institucional profundo.
El expresidente Bolsonaro calificó estas medidas como una “suprema humillación” y denunció una “persecución política”. Pero el magistrado Alexandre de Moraes, relator del caso, fue categórico. Citó al escritor Machado de Assis para reafirmar el principio rector de su decisión: “La soberanía nacional es lo más bello del mundo, con la condición de que sea soberanía y que sea nacional. La soberanía nacional no puede, no debe y jamás será ultrajada, negociada o extorsionada”.
Mientras tanto, la reacción de Estados Unidos no se hizo esperar. El presidente Donald Trump revocó la visa del magistrado Moraes y de los demás magistrados del Supremo Tribunal Federal, aumentó un 50 % los aranceles a productos brasileños y acusó a Brasil de romper el Estado de derecho. La respuesta del presidente Lula fue tajante: “Brasil no negociará su soberanía bajo presión económica”.
Incluso sectores tradicionalmente bolsonaristas, como el del agronegocio, se mostraron reticentes ante esta escalada diplomática.
Pero lo que realmente profundiza la crisis no es solo el intento de golpe, sino el legado corrosivo del gobierno Bolsonaro: su desprecio por la ciencia, su negligencia ante la pandemia del Covid-19 —que provocó más de 700.000 muertes—, su alianza con el negacionismo climático y su participación directa en el desmantelamiento de las políticas ambientales en la Amazonía.
Durante su mandato, se naturalizó la violencia política, se atacaron las urnas electrónicas, se desprestigió la educación pública y se incentivó la ocupación ilegal de tierras indígenas. Los ataques de enero de 2023 no fueron un hecho aislado: fueron la culminación de un discurso sistemático de odio, impunidad e irresponsabilidad institucional.
Hoy, el STF no juzga un exceso: juzga un proyecto autoritario de poder que intentó subvertir el orden constitucional desde adentro. Y lo hace justo cuando la presión internacional pone a prueba la madurez institucional de Brasil.
¿Hay margen para una amnistía? Todo indica que no. El costo político sería devastador. El presidente Lula, ministros, juristas y ciudadanos coinciden en una frase que se ha vuelto lema nacional: “Brasil no negocia su soberanía”.
Bolsonaro, que prometía restaurar el orden, hoy simboliza su ruptura. Camina con una tobillera que no solo rastrea sus pasos: marca la frontera entre el poder perdido y la responsabilidad por sus actos.
Y como escribió Machado de Assis —y recordó Moraes—: “La soberanía nacional es lo más bello del mundo”.
Y Brasil, herido, pero lúcido, ha decidido preservarla.
El capitán no tiene quien le escriba. Y esta vez, no se trata de olvido, sino de justicia.
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