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Según las estadísticas, más de 3 millones de brasileños fueron a las calles, vestidos de verde y amarillo, a protestar de forma pacífica contra la corrupción que involucra a dirigentes, partidos políticos e importantes empresarios, lo que tiende a reforzar la campaña a favor del impeachment (juicio político) contra Dilma Rousseff.
Esta fue la mayor manifestación política desde 1984, cuando la población brasileña soñaba con el retorno de la democracia y con las primeras elecciones directas, y una pancarta simbólica decía “Buenos días, democracia”. La Avenida Paulista fue el escenario más evidente de esas manifestaciones. La mayor ciudad del país y cuna de los segmentos centro-derecha no podría haber sido diferente.
Las protestas del domingo están cubiertas por distintos matices: indignación, cansancio y polarización con una buena dosis de manipulación mediática y una justicia selectiva; sin embargo, podrían indicar que la caricatura de un país dividido en las elecciones de 2014, debido a la ajustada victoria de Rousseff y un número expresivo de votos del candidato Aécio Neves, se está desdibujando en las calles y en el cotidiano del país.
Si bien la solicitud de impedimento de la presidenta ha sido reiterativa, la forma constreñida mediante la cual el expresidente Lula declaró ante la Policía Federal exaltó los ánimos del país. Además, la crisis política, económica y la operación Lava Jato se entrelazan y las declaraciones de los delatores no dejan de sorprender.
Desde que la presidenta Rousseff fue reelegida han ocurrido cuatro manifestaciones, ninguna tan masiva como esta. Esto nos da la impresión de un gobierno cada vez más solitario y bastante ineficiente para responder a las demandas populares. Como si eso fuera poco, su principal aliado, el PMDB, da señales de que podría ocurrir un distanciamiento real, lo que abriría la puerta para que los partidos menores que conforman la base aliada también se levanten de la mesa, lo que significaría el fin de la línea del gobierno.
En los pasillos de Brasilia hay rumores de que Rousseff invitó al expresidente Lula a formar parte de su gobierno. Para los opositores, es una forma de detener o aplazar las investigaciones en su contra. Esto podría haber sido una estrategia política eficaz hace un año o más. Su capacidad de articulación y su liderazgo dentro del PT podrían haber disminuido en algún momento la intensidad de la crisis política, que Rousseff nunca vislumbró en su real dimensión. En este momento pensar en un nombramiento del expresidente sería demostrar la total debilidad de su partido y olvidar todo lo que él hizo por transformar la realidad brasileña, aunque ahora el país sufra de pérdida de memoria histórica.
El viernes, Rousseff afirmó que no renunciará. Resta esperar las manifestaciones del viernes 18, cuando ocurrirá un acto de apoyo al expresidente Lula . Entidades como el Movimiento de los Sin Tierra y sindicatos participarán, pero es muy poco probable que la manifestación sea equivalente a la realizada contra el gobierno Rousseff, debido a que el PT en el Planalto se distanció de las comunidades de base y de sus aliados originales. Un público pequeño podrá demostrar una vez más el aislamiento y la fragilidad del gobierno.
Con todo, durante las manifestaciones en São Paulo, Aécio Neves y el gobernador de São Paulo, ambos del PSDB, fueron insultados por algunos manifestantes, lo que demuestra que los brasileños desean cambio de gobierno, pero aún no tienen claridad sobre quién poner en su lugar. Está por verse.
