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Brasil, en una jornada democrática, después de 33 años de redemocratización, hace una gran apuesta por la extrema derecha para la Presidencia y, como si fuera poco, elige un Congreso retrógrado y reaccionario.
Jair Bolsonaro, denominado “el Trump Tropical”, fue el gran vencedor de esta contienda electoral: 46 % de votos en la primera vuelta y su Partido Social Liberal (PSL), uno de los que encabezaba la lista de partidos sin expresión en el Congreso nacional, en un abrir y cerrar de ojos se convirtió en la segunda mayor bancada de la Cámara, con 52 diputados. Además, 22 candidatos con algún vínculo militar fueron elegidos, creando una bancada militar.
El PSL solo no será superado por el Partido de los Trabajadores —56 representantes, cinco menos que en la legislatura anterior—, cuyo líder es el expresidente Luis Ignacio Lula da Silva, actualmente detenido en la sede de la Policía Federal de Curitiba. ¡Sin sombra de dudas, un escenario macondiano!
A partir de enero de 2019, el Senado brasileño será caracterizado por la mayor fragmentación partidaria de su historia: 21 partidos estarán representados, con un índice de renovación del 85 %. Según fuentes oficiales, solamente ocho de los 32 senadores que disputaron la reelección lo lograron.
Por otro lado, la Cámara registró la mayor renovación de su historia, desde 1986. En el próximo año contará con 243 nuevos diputados, lo que significará 47 % del total de los escaños. Ojalá esta renovación significara un Brasil hacia adelante, pero parece ser que, al paso que van, la democracia brasileña está destinada a retroceder por lo menos algunas décadas.
Con la ola bolsonarista en pleno auge, el Movimiento Democrático Brasileño (MDB), leyenda del presidente Michel Temer, tendrá 17 diputados menos y el Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), cuyo ícono es el expresidente Fernando Henrique Cardoso, reducirá 22 diputados en su bancada, lo que los convertirá en partidos de medio porte.
Además, el voto de los brasileños ha demostrado que los partidos que lideraron el impeachment de la expresidenta Dilma así como el Partido de los Trabajadores, todos de una forma u otra involucrados en esquemas de corrupción, dejaron figuras legendarias por el camino en esta nueva configuración política de Brasil; o sea que tampoco se salvaron del tsunami provocado por la extrema derecha. ¡Y luego ellos, que solo pretendían pasar Brasil en limpio y rescatar la democracia! ¡No les creyó nadie! El centro se desplomó y podrá estar a merced de la polarización. De esta forma, el caos creará el espacio para el autoritarismo.
El discurso de los victoriosos, independientemente de sus afiliaciones, tiene una trilogía que les ha concedido millones de hinchas y barras bravas: “Anticorrupción, lucha contra la violencia y defensa de los valores morales tradicionales”, lo que oculta los problemas socioeconómicos fundamentales de Brasil.
Aparentemente las bancadas compuestas por los defensores del agronegocio y representantes de iglesias evangélicas —popularmente conocidos como parlamentarios del buey y de la Biblia— también disminuyeron el número de representantes, pero comulgan sin pudor en la misma mesa de Jair Bolsonaro.
Este escenario recuerda el Ensayo sobre la ceguera, de José Saramago, alegoría “sobre el horror vivido, pero no visto”. “Es de esta masa que nosotros somos hechos, mitad de indiferencia y mitad de maldad” y surge una pregunta: ¿será que la mayoría de los brasileños, en el fondo de su alma, traen a un capitán Bolsonaro y por esto la ceguera colectiva ?
*Profesora de la Universidad Externado de Colombia
