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El silencio que también mata: Gaza, la herida abierta del siglo XXI

Beatriz Miranda

30 de julio de 2025 - 06:33 p. m.

Gaza no solo sangra. Gaza grita. Y, sin embargo, el mundo calla.

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En medio de la devastación total —más de 59.700 muertos, entre ellos 17.400 niños, y cientos de miles de heridos; un pueblo sitiado y reducido a escombros—, el silencio de las grandes potencias y de los organismos internacionales resuena tan fuerte como las bombas.

Ese silencio —cómplice, estratégico, vergonzoso— también mata. Denota la frialdad de quien ya no reconoce la humanidad del otro.

La palabra “guerra” suele implicar conflicto entre partes con cierto grado de paridad. Pero lo que ocurre en Gaza es otra cosa: una guerra asimétrica. De un lado, uno de los ejércitos más poderosos del mundo, con respaldo ilimitado de Estados Unidos y Europa, tecnología militar avanzada y capacidad de destrucción total. Del otro, una población atrapada, sin Estado, sin defensa, sin agua, ni electricidad, ni refugio posible.

Israel no combate a un ejército formal: bombardea hospitales, escuelas, campos de refugiados, zonas humanitarias. La Franja ha sido reducida a ruinas. Más del 70 % de la infraestructura civil ha sido destruida. Y los niños son, según datos de UNICEF, las principales víctimas de este horror sin tregua.

La humanidad nunca ha olvidado la persecución del pueblo judío ni el horror del Holocausto. Esa memoria está inscrita en nuestra conciencia histórica como advertencia y como compromiso. Precisamente por eso, no podemos cerrar los ojos frente al sufrimiento del pueblo palestino. El dolor de una comunidad no puede justificar la aniquilación sistemática de otra. La empatía no puede ser selectiva.

Tras la Segunda Guerra Mundial, la creación de la ONU representó una esperanza: defender la paz como valor universal, establecer reglas comunes y evitar nuevos genocidios. Hoy, esa esperanza se desvanece frente a la impotencia —o la inacción deliberada— del sistema internacional.

Las resoluciones de la Asamblea General son ignoradas. Las propuestas de alto al fuego en el Consejo de Seguridad han sido vetadas por Estados Unidos. La Corte Internacional de Justicia ha señalado posibles crímenes de guerra, pero no hay consecuencias. La impunidad es total.

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¿Dónde está la acción protectora de una organización que se dice garante de la paz?

La ONU no ha muerto de un golpe: ha muerto de indiferencia.

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Las guerras modernas no se libran solo por ideología: se sostienen por intereses. Y Gaza no es la excepción. La industria armamentista global, con sus contratos multimillonarios, se alimenta de cada ataque, cada ensayo de nuevas armas, cada escudo interceptado en tiempo real. La destrucción es también un campo de negocios.

Al mismo tiempo, gobiernos como el de Israel refuerzan su narrativa de defensa, invisibilizando la ocupación y legitimando la represión sistemática. Estados Unidos prioriza alianzas estratégicas. Europa, dividida y temerosa, se limita a declaraciones tibias.

Y, en paralelo, plataformas digitales y grandes medios replican discursos sesgados, censuran imágenes y manipulan emociones. La guerra no solo se libra con misiles: se libra también con algoritmos.

Lo que ocurre en Gaza no es un episodio aislado: es un espejo que refleja el fracaso de un orden internacional fundado sobre la desigualdad, la hipocresía y la selectividad moral. Lo que es considerado crimen en Ucrania se celebra como legítima defensa en Israel. La legalidad internacional se aplica según conveniencia geopolítica.

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Pero no todo está perdido. Desde el Sur Global surgen voces valientes. Países de América Latina han condenado con firmeza la masacre y defendido el derecho internacional. La sociedad civil, periodistas independientes, artistas y líderes religiosos siguen alzando la voz, con el fin de volver a colocar la vida —toda vida— en el centro del debate global. Sin duda, la humanidad resiste desde los márgenes.

No se trata solo de asistencia humanitaria. Se trata de justicia. Se trata de memoria. Se trata de no repetir la historia de silencios que permitieron los peores horrores del siglo XX.

Gaza es hoy la herida abierta del siglo XXI.

Una herida que duele en los que aún no han sido anestesiados.

Una herida que nos interpela como especie: ¿qué tipo de humanidad queremos ser?

Y si nadie responde por eso, quizás no estemos asistiendo solo al exterminio de un pueblo, sino también al entierro del sistema internacional que decía existir para proteger a todos los pueblos del mundo.

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