Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Después de casi dos años, el G7, representado por los jefes de Estado y de Gobierno de Alemania, Angela Merkel, Canadá, Justin Trudeau; Estados Unidos, Joe Biden; Francia, Emmanuel Macron; Italia, Mario Draghi; Japón, Yoshihide Suga, y Reino Unido, Boris Johnson se reunió en Cornualles, en Inglaterra. El encuentro marcó el regreso de Estados Unidos a la mesa de negociación de los grandes temas internacionales y un intento del primer ministro Boris Johnson de mostrar una nueva Gran Bretaña, post Brexit.
Los temas principales de la cumbre fueron China, cambio climático y vacunación contra el Covid-19. La declaración final de la cumbre reitera las “prácticas anticompetitivas” de Pekín, la problemática de derechos humanos en la región de Xinjiang y la necesidad de respetar los derechos, libertades y la autonomía de Hong Kong. Además, el documento expresa las preocupaciones del G-7 en relación con los avances de Pekín en el Mar meridional y sus consiguientes tensiones, pues el grupo se opone firmemente a cualquier intento de cambio del status quo en la región y propuso una investigación seria y transparente que aclare el origen del Covid-19 en China.
Esta sería la primera vez que una declaración del G7 habla directamente sobre China. Para muchos analistas, esta cumbre enmarcada por la participación protagónica del presidente Joe Biden pretende, entre otras cosas, neutralizar y detener el avance de China, el gran competidor de Estados Unidos en la disputa por la hegemonía global y, más específicamente, contrarrestar la Ruta de la Seda, gran proyecto del Presidente Xi-Jiping en el siglo XXI.
El pronunciamiento de China no se hizo esperar. Tan pronto se divulgó la Declaración Final del G7, un vocero de la Embajada de China en Londres afirmó que: “Los días en que las decisiones globales eran dictadas por un pequeño grupo de países han quedado atrás”.
“Instamos a EE.UU y otros miembros del G7 a respetar los hechos, entender la situación, dejar de calumniar a China, dejar de intervenir en los asuntos internos de China, dejar de dañar los intereses de China y hacer más cosas que contribuyan al desarrollo de la cooperación internacional, no a la creación artificial de confrontaciones”.
Importante recordar que a pesar de que China es la segunda mayor economía del mundo, con un PIB de “15,4 billones de dólares” en 2020 no hace parte del G7. Una de las justificativas es que su renta per capita es la de un país en desarrollo. Sin embargo, China ha erradicado la pobreza extrema. Sin sombra de dudas, el no ingreso de China al G7 responde a intereses geopolíticos y geoeconómicos. El grupo puede ser una importante plataforma para blindar el avance de China y de paso opacar aún más los BRICS y el G20.
En la declaración final, el G7 llamó a Rusia “a poner fin a sus actividades desestabilizadoras, a poner fin a su represión sistemática a la sociedad civil y a los medios de comunicación independientes”. En 1998, Rusia había ingresado al grupo, transformándolo en G8. Pero fue excluida en 2014, después de anexar a Crimea.
En términos concretos, los líderes del G7 se comprometieron a donar 1000 millones de dosis de vacunas a los países pobres hasta finales de 2022, seguir en la lucha contra el cambio climático y establecer un impuesto universal a las grandes corporaciones.
Tan pronto el G7 anunció 1000 millones de dosis de vacunas, algunos expertos recordaron que para combatir el Covid-19 se necesita 11 veces más dosis. Algunos lo vieron con una cierta ironía, pues es un secreto a voces que los países desarrollados son los principales detentores de las vacunas.10 países en el mundo controlan del 70 % de las vacunas disponibles.
Según informe de la OMS, aproximadamente “70% de los inmunizantes ya producidos en el planeta fueron utilizados por la población de las diez mayores economías del mundo”. Estados Unidos compró tres veces más dosis de las que necesitaba y mucha de ellas podrán tener vencimiento, sin jamás haber sido utilizadas.
En cuanto al impuesto mínimo mundial sugerido deberá ser pagado por las grandes corporaciones tanto en los países en los cuales están en sus sedes como en los otros en donde generan sus ganancias. Basta cerrar los ojos por un segundo y visualizar las grandes empresas (Apple, Amazon, Google, Facebook, Microsoft y Netflix), las cuales en los últimos años dejaron de pagar aproximadamente “100 billones de dólares”.
La pregunta que surge es: ¿estas empresas estarán realmente dispuestas a compartir su riqueza incrementada durante la pandemia?
Todo suena muy bien, pero difícil saber el alcance y el impacto de estas iniciativas. Los desafíos del mundo les quedaron grandes y la lógica de ellos sigue siendo la misma: acumulación de poder y de riqueza con un esquema sancionatorio muy arcaico.
Profesora Universidad Externado de Colombia
