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¡Viva el pueblo brasileño!

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Beatriz Miranda
01 de noviembre de 2022 - 07:04 p. m.
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Con certeza, estas han sido las elecciones más importantes de la historia reciente de Brasil: el presidente Bolsonaro, el único presidente en no ser reelegido. El expresidente Lula, junto con el expresidente Getulio Vargas, únicos a gobernar el país en tres ocasiones, con una diferencia: Lula de forma democrática. La elección más disputada desde el proceso de redemocratización, lo que la ha hecho más simbólica y compleja.

El contexto doméstico se asemeja al de otras partes del mundo, en el que los electores tuvieron que decidir en medio de la polarización entre progresistas y la extrema derecha, en un momento en que la democracia parece estar en crisis y se disminuye la credibilidad en la política y en los políticos, además, del derrumbe del centro.

Desde del impeachment de la presidenta Dilma Roussef, Brasil no ha terminado de encontrar su rumbo, pese la fortaleza de sus instituciones para mantenerse a la altura del país que representan y para sortear los enormes desafíos creados. En 2018, los brasileños, en un clima de tensión, fake news, primera campaña digital, desencanto por la corrupción detectada en la operación “Lava Jato”, apostaron por el diputado federal y excapitán del ejercito Jair Bolsonaro, que, contra viento y marea, los iba a guiar hasta la tierra prometida, de la bonanza y la seguridad.

En su discurso, declaraba el fin de la corrupción, la retoma del desarrollo y crecimiento y la pretensión de codearse con los grandes países del mundo en la lucha contra las ideas progresistas y el “globalismo cultural”. Su llegada al poder coincidió con el mandato del presidente Trump en Estados Unidos, figura que le causaba el más alto grado de admiración y un incondicional alineamiento, aunque en detrimento de los principios consagrados de la política exterior brasileña.

El presidente Bolsonaro llegó al Palacio del Planalto con el apoyo de dos segmentos muy importantes: terratenientes e iglesias evangélicas. De las manos del presidente Jair Bolsonaro, Brasil abandonó variables importantes de su política exterior, las instancias gubernamentales se vistieron de verde-oliva y el país se sumergió en las fake news. Además, a lo largo de su gobierno, su afán por la permisión del porte de armas, en un país que tiene altas tasas de homicidio, provocó muchos interrogantes.

Todo este escenario podría ser histórico, política y democráticamente comprensible, pues la mitad de los electores del país votaron por él para que llegara finalmente a la presidencia. Sin embargo, lo más preocupante es que Brasil se convirtió en un país polarizado a las malas; los símbolos y marcas del país por las cuales se enorgullecían los brasileños fueron tristemente utilizados por activistas ultraconservadores, como expresiones partidarias y emergió un Brasil del odio, de discursos provocadores, ausencia de consensos mínimos, electores cohibidos y de ciudadanos envalentonados, como en la época de los caudillos.

Cuando se piensa en el presidente Jair Bolsonaro y sus partidarios seis recuerdos vienen a la mente:

1. El triste récord de 688 mil muertos por COVID-19.

2. La Amazonía en llamas.

3. Su ingreso a la Asamblea Anual de las Naciones Unidas, tribuna otrora ocupada por grandes estadistas y/o diplomáticos brasileños, sin la vacuna del COVID-19. Toda una afrenta a la comunidad Internacional.

4. Su errática política exterior.

5. Su aversión a la cultura, la educación, las artes y la ciencia.

6. Su discurso infundado en contra de uno de los símbolos del sistema electoral brasileño: la urna electrónica, orgullo nacional.

El 30 de octubre sería el día en que realmente Brasil decidiría. Millones de brasileños entendieron que lo que estaba en juego era la democracia, la institucionalidad, la perspectiva histórica, el Estado de Derecho. Finalmente, una oportunidad única para que el Brasil se despierte “gigante, impávido, coloso”.

Sin lugar a duda, los muchos brasiles, el de Jair Bolsonaro, el de Lula y otras variaciones necesitan reconocerse y reencontrarse. El mapa electoral evidenció dos brasiles distintos político, ideológico y sociológicamente. Sin embargo, tienen muchas cosas que los conectan y los hacen sentir orgullosamente brasileños.

El presidente Lula se elige con el apoyo decisivo de los estados del noreste y del norte de Minas Gerais y el presidente Bolsonaro recibe un respaldo contundente de los estados del sureste y del sur. El Congreso y las gobernaciones también tendieron a demostrar esta polarización entre la extrema derecha y la izquierda.

Para afrontar el bolsonarismo, el expresidente Lula tuvo que liderar un Frente Democrático Amplio, conformado por distintos matices político-ideológicos, lo que conllevará a la ejecución de un gobierno más cauteloso y probablemente más identificado con el centro que con la izquierda. Al terminar los comicios hay que pensar cómo este Frente Democrático Amplio va a pasar a ser una realidad en 2023. Esto probablemente estará plasmado en la conformación del gobierno, en la composición de los ministerios y en su relación con los gobernadores.

El presidente Lula regresa a la presidencia después de un largo viacrucis. Con seguridad el presidente Lula de 2003 no es el presidente Lula de 2022 y Brasil tampoco es el mismo. Sin embargo, en el orden del día estarán el fortalecimiento de la democracia, la estabilidad económica, el rigor fiscal, la armonización de los tres poderes, la disminución del alto grado de polarización entre estos dos brasiles permeados por inmensas necesidades y urgencias, la recuperación de la imagen internacional de Brasil y el rol del país en la gobernanza global en un momento en que la recesión internacional atañe a todos los países; la guerra entre Ucrania y Rusia parece no llegar al fin, hay hambre, escasez de alimentos e indicios de una grave crisis energética y un sinfín de crisis humanitarias.

Con la excelencia de Itamaraty y el respeto de Lula por esta casa, será posible el retorno de una política exterior activa y soberana en defensa de la Amazonia, del cambio climático, del multilateralismo y de un mundo más solidario.

En el trasfondo de esta gran fiesta democrática y de la elección más difícil de Brasil hay dos puntos que rescatar: no venció Lula ni el PT, venció la democracia, venció Brasil. El presidente Jair Bolsonaro, derrotado en número de votos, no fue “nocauteado”. El Bolsonarismo, a lo largo de la campaña, demostró ser un movimiento político cohesionado, con un fuerte apoyo popular y con una visión de Brasil y del mundo bastante unísona. De alguna forma, parece ser que el Bolsonarismo ha superado al presidente Jair Bolsonaro.

Lula sigue siendo uno de los líderes más populares del planeta, con una gran capacidad de interlocución con las más distintas tendencias y puede de alguna forma reconciliar a estos brasiles y nuevamente, desde Brasil llevar un mensaje de esperanza, sueños y utopías a un mundo que día tras día está caminando hacia a los extremos. Los desafíos siempre existirán, pero hay que celebrar que desde Brasil y América Latina estén emergiendo voces disidentes en pro de un mundo más pacífico, más fraterno y solidario.

¡Brilla en el cielo, la estrella del niño de Pernambuco!

¡Viva el Pueblo Brasileño!

* Beatriz Miranda es profesora de la Universidad Externado de Colombia.

P. D. Hay momentos en que las pérdidas inherentes a la vida nos dejan sin voz y sin aliento.

Debido a la muerte de mi madre, yo andaba sin palabra y sin fuerzas para seguir adelante, pero acá estoy empezando otra vez, creyendo en el poder de las palabras para cambiar el mundo.

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