Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Voy por el domingo cuando escribo esta columna como quien va por la vida. Envío paquetes de libros que otras personas quieren leer, pero que no sé si finalmente leerán. Agradezco a las 11 de la mañana el fogaje que cae sobre Floridablanca y me recuerda ese especial sopor del rato más fresco en mi región de origen.
Subo a un taxi, voy para cine y veo la mirada del hombre en la acera mientras dura el instante eterno del semáforo. Nunca sabré con exactitud su edad ni lo que pensaba mientras nos mirábamos durante aquellos minutos de estarse quieto. Antes de escribir aquí iba por la ciudad sin pensar, sólo miraba imágenes que ahora viven gracias a las palabras con las que las forro para presentártelas a ti, lector o lectora. Me preguntaba en ese trasegar sobre las vidas que hay detrás de las puertas cerradas a esta hora del día. Tampoco sabré jamás cómo son, cómo es el tamaño de sus tristezas o de sus maldades. Somos unos bultos de enigmas.
Sé, sin embargo, que es domingo y que me aproximo a la no vida. Pero agradezco este poder decirlo, agradezco la agilidad de mis pulgares, la claridad de usar las palabras de este idioma. Pero hay quienes no han podido decir su verdad, quienes no han construido su verdad, quienes siempre la han visto aplazada.
En este domingo de silenciosa pandemia que discurre como el caimán de aguja bajo las aguas en apariencia pacíficas, pero devora a los bañistas, recuerdo un libro llamado Ahora no, Bernardo, del autor David McKee. Bernardo es un niño que transita por su hogar buscando la atención del padre ocupado clavando un clavo; acude a la madre enredada con los platos sucios y el arreglo del jardín. Bernardo quiere contarles que hay un monstruo en el jardín, un monstruo que lo quiere devorar, pero ninguno quiere prestarle atención, nadie lo escucha: “Ahora no, Bernardo”, es la respuesta. Y el monstruo termina comiéndose a Bernardo o mejor, Bernardo se convierte en el monstruo sobre el que advertía a sus desatentos padres. Bernardo convertido en monstruo insiste en solicitar atención (diríase ayuda) a sus padres que siguen pendientes de todo, menos del hijo. Los padres incluso no se percatan a qué hora el hijo se ha transformado en monstruo.
La historia de violencia y de desigualdad en Colombia está ahí en Ahora no, Bernardo. Unos gobiernos desatentos y sordos han fabricado renovadas versiones de Bernardo: pájaros, bandoleros, chusma, guerrilla, mafiosos, paramilitares, bacrim, desplazados, indigentes, desempleados, y ahora repiten el infalible y trágico guion para fabricar unos nuevos Bernardo. Hablo de los jóvenes sin derecho a la educación, desempleados, acorralados por el narcotráfico y la urgente necesidad de huir hacia otros países porque el suyo no ofrece ni trabajo ni posibilidad de construir un presente (porque el futuro es una esperanza herida). Escribo(hablo) sobre la Primera línea, ese Bernardo creado por un gobierno cruel, sordo y autoritario como el de Duque-Uribe: tuvieron que asumir la rabia como salida, porque del otro lado enfrentaban a otros Bernardo-monstruos que son el Esmad y la Policía.
Un país que ha dicho a sus hijos durante casi 200 años “ahora no”, tendría que pensar en escoger a unos padres más sensibles que volteen la mirada hacia ellos, que se agachen y se pongan a la altura de sus angustias, a ver si cesan los Bernardos-monstruos.
