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Cuando estudiaba un Doctorado en Letras en la Universidad Nacional de la Plata, en la hermosa ciudad de La Plata en Argentina donde vivió la escritora de mis querencias Aurora Venturini, pude asistir a un seminario llamado Historia de las ideas de Latinoamérica. Me sorprendió sobre cómo el maestro profundizaba en los genocidios, dictaduras ocurridas en Brasil, Uruguay, Chile, Argentina y no se aludía a las violaciones ocurridas en Colombia durante el siglo XX.
Tal vez porque en el conflicto bélico colombiano es una constante que el asesino, el genocida, sea entronizado como un héroe, como un salvador porque el asesino en muchas décadas (casi todas) del siglo XX ha sido el mismo Estado a través de sus representantes: presidente, gobernador, senadores, ejército, fuerzas de inteligencia policial como la unidad de investigación nombrada CTI. Es una sociedad arcaica la colombiana que en el siglo XX ha delineado su destino siguiendo los preceptos de una Constitución política del siglo XIX, que sólo hasta el año 1991 fue renovada. Sus leyes giraban hasta finales del siglo XX en función de un bipartidismo encabezado por el Conservador y el Liberal que habían ordenado las renovaciones de guerras efectuadas por colombianos campesinos, citadinos y pueblerinos en las que ellos eran las víctimas y los victimarios que se mataban, con la anuencia de un asesino que no empuñaba un arma, ni disparaba una bala, pero daba la orden; así pululaban en las regiones de Colombia múltiples y variadas maneras de ser el asesino.
El enfrentamiento entre colombianos alienados durante la llamada Violencia bipartidista (1946-1965) y al contenido distintivo de ese entorno, abiertamente caracterizado por amenazas, asesinatos, robos y torturas ejecutadas por los “Pájaros” ante la mirada estremecida de diferentes historiadores y literatos, quienes aportaron su percepción y testimonio, da cuenta de que, ya por temor, ya por convicción o por necesidad de sobrevivir, estos asesinos se transmutaron en héroes locales y algunos, en héroes nacionales.
El objetivo de los “Pájaros”, nombre dado en 1950 tras el ascenso de Laureano Gómez a la presidencia y con el poder definitivamente conservador, era asesinar e intimidar a los residentes y campesinos de filiación liberal opositores a los gobiernos de Mariano Ospina Pérez y Laureano Gómez. Los pájaros eran pagados con buenas sumas de dinero por varios de los altos mandos conservadores.
Hay que recordar cómo el dictador Rojas Pinilla pasó por encima de la autoridad judicial y condecoró a uno de los más cruentos pájaros: “El cóndor” León María Lozano.
Julio César Turbay Ayala institucionalizó los allanamientos y torturas a través del terrorífico Estatuto de Seguridad.
Belisario Betancur permitió que el Ejército acabara con la Corte Suprema de Justicia por su incapacidad para detener al movimiento subversivo M19. Intentó hacer la paz, pero su sucesor Virgilio Barco Vargas, de acuerdo con el periodista investigativo Alberto Donadío, ejecutó junto a las Fuerzas Militares el plan del israelí Rafi Eitan para exterminar a la UP, este agente era amigo personal del presidente Barco.
Durante el gobierno de Ernesto Samper Pizano se crearon las Convivir que fueron la semilla para que creciera la hierba mala que supo cultivar Álvaro Uribe Vélez hasta convertirla en paramilitarismo: ejércitos supuestamente antiguerrilla, pero que derivaron en asesinos que ejecutaron masacres en todos los puntos cardinales del país para hacerse a miles y miles de hectáreas de tierra en alianza con el narcotráfico. Líderes sociales, periodistas, escritores, artistas, políticos no afines al gobierno de la Seguridad Democrática fueron asesinados o tuvieron que exiliarse. Civiles inermes y campesinos de la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos (ANUC), además de 6402 jóvenes asesinados por el Estado para demostrar el éxito de una política de gobierno de represión y terror. Ministros de Defensa del gobierno de Iván Duque simulando operativos antiguerrilla que concluían en masacres o bombardeos a niños.
Esta semana el presidente Gustavo Petro Urrego comparó el funcionamiento del Estado colombiano con el de los nazis. Saltaron los negacionistas y fascistas a escandalizarse. Pero el dolor que aún no hace duelo y la sangre que se sigue regando no miente.
