Inicio la escritura de esta columna el domingo 18 de diciembre a las 10:09 de la mañana cuando han transcurrido diez minutos de la final del Campeonato Mundial de fútbol en la que se enfrentan Francia y Argentina. A mi lado Marcel usa de almohada un viejo balón que encontró en la calle y se trajo en las muelas, casi feliz de su hallazgo. Acaba De Paul de provocar una jugada que detuvo el partido por falta sobre el arquero francés. Argentina, por quienes aprieto más de lo normal cada tecla del computador, está encima del equipo francés. Nada de nervios, somos argentinos, somos los mejores, imagino que piensan y creen.
A los franceses los tienen borrachos los pases que Ángel Di María le pone a Julián Álvarez y éste a Messi. Los franceses se limitan a ver jugar a los argentinos cuando ya estamos en el minuto quince (como dicen los locutores deportivos). Acaba Di María de recibir un pase de Messi proveniente de Rodrigo De Paul que era un gol seguro de no haber decidido ese balón volar hacia el cielo en vez de embocarse en la red para que surgiera el éxtasis.
Ahora acaba de caer el francés Teo Hernández cerca al arco argentino y se sentencia una falta peligrosa que repliega a todo el equipo argentino como una muralla difícil de saltar por los franceses. Salvado este susto vuelven al ataque y el dúo Di María - Messi encanta con pases que de tanta belleza terminan ocasionando la falta maravillosa llamada penalti. Entonces en el minuto 23 Lionel Messi acomoda al costado derecho del arco de Hugo Lloris el primer gol. Messi con la mano derecha sobre su cadera camina sin mostrar una sola emoción y hace el gol. No tenía ninguna duda que el gol sería, a estas alturas del partido (de este y del de la vida) sé que Argentina será campeón. Las cámaras nos acercan a Messi al que los franceses en un asomo de desespero le cometen falta, él se soba con gesto de dolor la oreja izquierda, pero se reintegra al juego. Di María es un surtidor de pases provenientes de Messi, alguno de esos se convertirá en el segundo gol. No dan espacio a los franceses, el balón está pegado a los guayos de los argentinos. Y llegó el golazo (jajajaja) acabo de leer este vaticinio a mi hijo Pedro que salta desbocado, yo celebro sentada con mi portátil en las piernas y lloro al ver las lágrimas del gran Di María que recibió un pase hermoso de MacAllister para que anotara este segundo gol que al minuto 41 del primer tiempo hace que Argentina sea el campeón mundial.
Mbappe, el gran jugador francés, no aparece. Imagino su frustración. La angustia del técnico francés lo lleva a hacer dos cambios en su equipo antes que termine el primer tiempo. Que no estén escritos muchos nombres franceses en este texto es la representación más clara del pasmo futbolístico que asola a Francia. Termina oficialmente el primer tiempo, pero habrá una adición de siete minutos. Hernández (jugador francés de madre española) comete falta sobre De Paul y por esa razón su nombre entra en esta crónica. Calma chicha en estos siete minutos de adición con ciertos amagos de los franceses que no pueden pasar porque son unos hombres iracundos los argentinos: sus camisetas ya lucen embarradas, están sudados y con rostros alertas, empujan, Enzo Fernández va, regresa, mete pierna, se gana una tarjeta amarilla. Y se acabó el primer tiempo. ¡Argentina, Argentina!
Es el segundo tiempo. A 44 minutos del campeonato del mundo. El portero Lloris acaba de salvarse de un ataque argentino. Veo el rostro angustiado del técnico francés y me pregunto cuál será el nombre del sentimiento de estar a minutos de tocar la gloria y que te alejen abruptamente de ella. Mientras pienso en esto Rodrigo De Paul casi anota el tercer gol argentino. Fue muy tenue el ataque de los franceses. Minuto 52:35, un tiro de esquina a favor de Argentina, lo escribo para llamar al tercer gol, pero no ocurre. Seguimos. Los franceses se reorganizan y hacen suyo el balón por más de dos minutos, pero el volante De Paul es un tigre que se hace matar en el piso para evitar que trascienda el volante francés Rabiot y provoca la falta que frena por un minuto el partido, en esa tradicional manera de enfriar el ataque del rival. Ahora salen argentinos de todos los flancos de la zona defensiva (¿por qué uso este léxico bélico, será porque soy colombiana?) Pero nada de preocupación, el nene lleno de acné Julián Álvarez casi hace el tercero al minuto 58. Y al 60:05 vemos sonreír a Messi mostrando todos sus dientes y el chicle que mastica porque también se hace uno. Cuando empiezo a escribir nombres de jugadores argentinos lo mismo que los casi goles, es para que la distancia entre lo escrito y los hechos que ocurren en el estadio de Catar se diluyan.
Sale Ángel Di María y es aplaudido y luego abrazado y besado por sus compañeros del banco. Entre tanto MacAllister le acaba de poner un pase divino que Messi no pudo agarrar y nuevamente el gol se fue. Teo Hernández provoca un tiro de esquina para que el arco de Argentina se compacte. Nada ocurrió y es el minuto 67:43.
Y apareció Mbappe en el minuto 70:43 con un lanzamiento que pasó muy alto de la arquería de Dibu Martínez, pero que no dejó de asustar por quien le pegaba al balón. Francia ataca, Argentina espera, marca, se deja hacer faltas, se lanzan al piso, el partido se enfría. La actuación dramática dentro de la saga épica no puede faltar. Escribo en el minuto 75:00 que el tercer gol de Argentina lo hará Julián Álvarez. Cómo han golpeado al imbatible jugador De Paul. Y en este momento se me revuelve la nostalgia porque la cámara muestra entre el público al legendario Kempes. Y en este momento Otamendi arrastra en plena zona de penal al jugador francés Kolo Muaní y es pena máxima. Aplaude Macron: Mbappe hace el primer gol y en el minuto 82:05 Argentina se duerme y nuevamente el mismo crack francés empata el partido. Esto se pone lo que es: una final. Francia es un león envalentonado. Y la defensa argentina una muralla que parece desmoronarse.
Me levanto, veo cómo ahora es el rostro de Mbappe y de otros jugadores franceses los que ganan visibilidad en los primeros planos. Se ha acabado el tiempo oficial y ahora se jugarán ocho minutos más en los que sé que surgirá la genialidad de Lionel Messi, el coraje de De Paul o la buena estrella de Julián Álvarez. A pesar de que a los cuatro minutos de adición la buena decisión del árbitro de no aplicar la norma de ventaja salvó al arquero argentino. Hay imprecisión en Argentina y los contragolpes franceses son para que quien escribe estas líneas se infarte y con ella millones de almas que clamamos por el tercer gol de Argentina. Y casi el gran Lionel me hace tirar el portátil al piso y saltar como caucho (aunque de caucho no sea mi cadera) con un imprevisto, pero bello tiro desde afuera. Y nos vamos con fe y optimismo al tiempo complementario. ¡Argentina, Argentina!
Tiempo complementario
Vamos, carajo. Me he puesto de pie. Me estiro, abrazo a Mayer, a Marcel. Pienso en mi amiga poeta rosarina Mariana Vacs; en mis amigas Diana Bellessi, Andrea Axis Ongay, Marta Cwielong. Es el minuto 94:15 el equipo de Argentina sabe que será el campeón (yo también) Ambos equipos están más serenos. Toco los libros de mis autoras argentinas amadas a quien seguramente no les gusta o gustaba el fútbol: Hebe Uhart, Alfonsina Storni, Diana Bellessi, Griselda Gambaro, Liliana Hecker, Maria Teresa Andruetto, Aurora Venturini, Elsa Borneman, Graciela Montes, María Helena Walsh y les ruego que empujen ese tercer gol. Es el minuto 95:02 y Argentina conjura un ataque francés que ahora se pasea por el arco de Martínez. Qué miedo esos tiros de esquina que lanzan finalmente el balón a la mitad del campo y rebotan en un grandulón francés dispuesto a patear con todas sus ganas desde afuera a riesgo de que el azar lo haga entrar a la red del loco Dibu Emiliano Martínez. Sigo el curso de ese balón y el pavor me hace sentir que alguien me agarra una parte que no puedo mencionar en este texto.
Y en el colmo de mi angustia, es decir, en el minuto 104: Messi pone un pase magistral a Lautaro y éste en lugar de chutar de una, se la pone a un compañero y ese gol madurito se pudre en cuestión de segundos. Entonces mi garganta se raspa hasta la extenuación porque el reloj vuela y acaba el primer periodo del tiempo complementario. Y ahora son los últimos quince minutos de este Mundial: ¡Vamos, Argentina, carajo!
Ocurre ahora el minuto 107:03. Lautaro le pone un pase a Lionel Messi y entonces se fundó la alegría más desbordada en este segundo piso del edificio de tres situado en un pueblo de Santander de este país colombiano en el que millones de habitantes queremos a este equipo suramericano tan aguerrido. Y fue gol, gol de Messi, goool de Messi.
Faltan cinco minutos para que esto acabe y Mbappe chuta al arco desde afuera. Un mal hado hace que Bordier reciba el impacto con su antebrazo izquierdo y sea penal. A cuatro minutos todo se vuelve a igualar, pero mi optimismo sigue vivo porque Argentina será campeón. Llora Di María en el banco, ríe Macron. El público en las gradas se cubre el rostro tristísimo con la bandera albiceleste y yo escribo con fervor para que Lautaro la meta, porque es él quien en estos segundos le mete fuerza al equipo argentino. El partido ahora se juega a contragolpe y la cancha pareciera no tener jugadores de lo amplia que luce. Messi ataca, Mbappe se pasea frente a Martínez. Es una nada tensa, angustiosa. Y aquí vamos, oh Diosas, a ver a Argentina campeona en los penaltis. ¡Vamos, carajo!
Vaticinio cumplido
Qué grato es escribir: ¡No es por nada, pero se los dije! ¡Argentina CAMPEONA! El técnico Scaloni llora y Montiel muestra su espalda iluminada. Soy una bruja de la buena suerte. Siempre lo he dicho. Ahora suelto este portátil y me explayo en mi mecedora a ver a Lionel Messi levantar la copa del Mundo.