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Verónica Alcocer García es una costeña de Sincelejo, Sucre que sabe que el baile lo acerca a uno a los predios de la libertad. Desde la campaña presidencial no pierde oportunidad de gozarse cuanto ritmo suena. Gustavo Petro fue elegido presidente y ella primera dama y sonó el bombardino, el clarinete, el bombo, la trompeta y los platillos en la Casa de Nariño. Ahora en pleno ejercicio sigue bailando y recorriendo el país y el mundo. No entiendo (trato de hacerlo) por qué la andanada de adjetivos irrespetuosos para calificar su desparpajo y su manera de estar en el mundo: corroncha, sinvergüenza, bandida, le escriben.
¿Qué es lo inapropiado de esta primera dama del primer gobierno de izquierda en 200 años de vida republicana? Quizá se trata de un ethos que se enorgullece de las buenas formas, pero que siente pasión taimada por el desfogue y le produce envidia y rabia ver cómo una mujer puede ser bella y bailar tan bien a pesar de tener que guardar protocolos, pero ¿acaso el protocolo no semeja en ocasiones al represivo corsé de antaño?
Deviene en ese pathos entrenado para creer que el orden debe ser adusto, represivo y distante. Un ethos que respeta y adora a quien está distante y cumple con el canon de un país conservador, es decir, una mujer vestida de sastre (que a veces es un desastre como recientes ejemplos de primera dama), silenciosas y sonrientes, esposa fiel y compañera adorno lista para entronizar a la clásica familia formada por papá y mamá.
Pero desde el principio esta familia presidencial formada por Verónica Alcocer García y Gustavo Petro Urrego se parece a esa otra familia que es también muy colombiana: ella era madre soltera al conocerlo a él; Gustavo Petro había tenido varios hijos antes y ella era su tercera o cuarta esposa. Una familia como tantas en el país o al menos eso representan: hijos estudiando y trabajando en el exterior, hija con deseos de ser futbolista.
Pero estábamos acostumbrados a aquella que Dios manda y que justamente legislaba para lo homogéneo, lo uniforme en un país que es como un bulto de anzuelos. Aquella primera dama escondida entre fundaciones y actos de caridad.
Incapaces de leer lo diversos que somos nos lanzamos a tirotear con adjetivos y verbos infames los símbolos: desde el hecho de ser un gobierno de izquierda (normal en muchísimos países); un gobierno presidido por un exmilitante subversivo (normal en la historia política del mundo); o el hecho de que llegue al máximo cargo una familia como la mía o la tuya lectoras, ya hay un cambio.
Pero somos incapaces de leerlo, de asumirlo, en cambio sí enfilamos todo ese acervo patriarcal y conservador para matar la alegría.
¿Cuál es la ofensa que la alegría de Verónica Alcocer hace a tantos?
COLETILLA: Otra inquietud que me asalta es, ¿por qué se menciona que la primera dama padece el “síndrome de salvadora blanca”? Tal vez se deba a la posición de poder de Verónica Alcocer, ¿entonces para qué el poder si no es para servir?
