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La verdad y la política

Beatriz Vanegas Athías

21 de diciembre de 2020 - 10:02 p. m.

Son estos, meses y días cuyas horas son las horas del desamparo para la Colombia que vive entre dos amenazas: la pandemia y las masacres. Ambas se intensifican con la llegada de la temporada navideña y es posible (o no) que sean llevaderas gracias a los recuerdos de los buenos tiempos o de los instantes en los que pudieron reunirse la risa y la serenidad. Ahora no se podrán reunir más de diez personas (pero eso es una entelequia) porque en este tránsito del camino hacia el improbable 2021 el impulso del hombre a gobernarse a sí mismo queda convertida en eso: en una ilusión.

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No es usual que la Colombia profunda, ni la Colombia de élite, ni la Colombia caterva, ni la Colombia mediática, ni la Colombia sanduche que es la clase media arribista (católica, apostólica y festejante en esa guarida de hienas que es la familia formada por papá y mamá), ninguna de esas Colombias ha dudado jamás con respecto al hecho de que la verdad y la política no se llevan demasiado bien. Pero hacen como si nada, como si no se enteraran. Como si no acusaran recibido.

Y por eso están casi pletóricos con el presidentico infame que tenemos para quien los tres momentos más difíciles que ha tenido durante su administración se limitan solamente a la explosión de la bomba en el Batallón Santander, las miserias que dejó el huracán IOTA y verse obligado (en fiel copia de la Alcaldesa de Bogotá) a determinar la cuarentena nacional. Las masacres, la quiebra de campesinos y empresarios pequeños y medianos, la muerte por física hambre de quienes si tienen casa no poseen para sostenerla, hacen parte de lo invisible.

La verdad y la política es como decir “La verdad y la mentira”. Se está más cómodo mintiendo. La mentira como una forma degradada de la imaginación para quienes no tienen ni el poder de la imaginación ni el poder de escenificar la acción. Veo cómo el camino que se comienza a andar es el mismo que Antonio Nariño en el siglo XIX llamó “Patria Boba”, período que constituye la marca del ser colombiano: la división, los conflictos entre provincias, las guerras internas y el desorden institucional. Hay mucha obscenidad en los habitantes de la “Patria Boba”, en esa manera de defender el statu quo que tiene cierto sector de la mal llamada oposición que vive justamente de la muerte, de la desigualdad, así como un escritor mediocre vive del genio, escribiendo análisis y biografías sobre él. Una lee, por ejemplo, buscando cierto asomo de verdad y lucidez a Los Danieles con su nuevo miembro, mi otrora admirado Antonio Caballero: Excelentes periodistas pero defensores del establecimiento (así estén por fuera de Semana) votoblanquistas y empeñados en que nada cambie porque entonces ¿Sobre qué escribirían? Muy parecidos a Jorge Robledo que existe porque la desigualdad existe, y no es su ideal que haya una equidad social.

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Y observo, la falta de imaginación argumental de Antonio Caballero cuando afirma cual adolescente gomelo “es que no me gusta Petro”. Cuánta incoherencia la de Antonio Caballero con argumentos centrados, como afirma Carolina Sanín, en el culto a la personalidad. Sordos a esa Colombia negra, sudorosa, agobiada, discriminada, insalubre, desempleada, hambrienta y que si desayuna no almuerza. Políticos y periodistas dueños del poder amarran la verdad a los intereses de las grandes empresas (que son pocas en verdad) y les gusta la dinámica de la “Patria Boba” y a eso juegan, es su colchón, por ello la mentira siempre ha sido vista como una herramienta necesaria y justificable.

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