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Quienes tienen un pueblo como los que integran la zona sur de Sucre, es decir, La Mojana aprendieron (aprendimos) que sólo es posible la familia conformada por una mamá y un papá; que los animales son como objetos que se mueven y que están ahí para morir y servirnos como alimentos y que su piel es bella en la medida que se convierte en una cartera o en un vestido; que al matrimonio había que llegar virgen; que el río es bueno para bañarse, pero ante todo es mejor para convertirlo en basurero; que a pesar de ser casi todos de piel marrón, amarilla y negra impera el prejuicio y la hipocresía de que el blanco es “gente de bien” y a quien se rinde pleitesía y credibilidad; que las drogas son malas, que no deben consumirse, pero es pasable el whisky y el ron; que las mujeres tenemos que aprender a cocinar, a coser, a tener la casa aseada, a esperar al marido borracho y aguantar y aguantar porque el matrimonio es para toda la vida; que las mejores profesiones son la de ser médico y abogado porque dan prestigio (a los hombres) pero lo que da plata en verdad, es poseer ganado y tierra; que si lees mucho te volverás loca; que el partido conservador (sí, en muchos pueblos del sur de Sucre se es conservador por costumbre, aunque proliferen distintas denominaciones partidistas) es el que da clase, el que da prestigio; que hay que ir a misa y ayudar al prójimo pero desde la caridad, no a partir de la igualdad de oportunidades.
Aprendí que no hay que hablar en voz alta de la menstruación y de las relaciones sexuales; que no podías ser homosexual, ni lesbiana sin prostituirte o casarte; que había que tener cuidado con la barra de la bicicleta porque podías perder la virginidad; que para muchos jóvenes homosexuales era un sueño conocer un bar gay en Barranquilla o Cartagena; que donde comen dos, comen tres y que cada hijo trae su pan bajo el brazo; que los bandidos sólo eran la guerrilla y nunca el político que cada cuatro años te compra el voto para que todo siga peor, ni el paramilitar a quien le pagas la vacuna para protegerte de ellos mismos. Aprendí que si tú y tu familia están bien, si en tu casa no falta nada, debe importarte poco el resto del mundo.
Todos esos aprendizajes ocurrieron presentados con el maquillaje de la generosidad del pueblerino, de la mamadera de gallo, del ¨déjame está que yo sé lo que hago", del “cógela suave”, del “porque ajá”, “de este es el Mejor pueblo del mundo” o del silencio acompañado de las cejas levantadas.
Es hora de dejar la hipocresía y desaprender a ver si por fin entramos siquiera al siglo XX. Para no seguir criando cuervos o águilas negras.
