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Luz Helena Cordero Villamizar es una poeta colombiana con una obra hermosa madurada a lo largo de décadas de vida y trabajo con el idioma español para hacerlo decir la belleza del dolor y la belleza por la belleza misma. La escritura de relatos proveniente de una buena poeta siempre nos deparará una fiesta del lenguaje y son un reto para la trascendencia temporal. No es raro, pero sí sorprendente encontrarla ahora narrando estos relatos en el libro publicado bellamente por Ediciones Corazón de Mango: Todavía nos queda la insolencia, con la gracia de quien configura el mundo de un poema en cada texto en prosa.
Un libro para caminar nuevamente por esa única patria que es la infancia y la infancia con escuela para mayor plenitud (o decrepitud). Caminar tomados de la palabra de una autora muy acuciosa que hace gala de su memoria enumerando y describiendo olores, objetos, sitios, sensaciones, cielos, tiempos, estados que configuran también los infiernitos que constituyen esas épocas como en ese bello relato Condena, ácida sátira de la niña nerd o ñoña a la que le pesa como fardo ser la mejor de la clase: Lleva un estigma con los colores de la bandera. Cuando camina las cinco cuadras hacia la escuela, con su cola de caballo perfecta que se bambolea con aplicación, los vecinos la miran con intriga. Otros la felicitan. ¿Qué hacer con la medalla? ¿Dónde esconderla? ¿Cómo devolverla para ser libre?
Todavía nos queda la insolencia es también el libro en el que encontramos todas las escuelas: la que te hace feliz y te deja volar, la que anula al estudiante creativo que no se subyuga al llamado de la “normalidad”, como en el relato Insolencia, en el que muestra sus fauces la violencia ocultada; o el maestro faro como el señor Mantilla: “No sé cuánto se esforzaba el señor Mantilla por hacer estrofas con todos los temas, seguramente pasaba las noches componiendo sus rimas y al parecer las disfrutaba. Se diría que se había equivocado de asignatura y estaría más cómodo dando clases de romances y sonetos”, y el que hace de la didáctica un descaro como en el texto Monigote en el que el autocastigo del niño es su venganza de la maestra: “He olvidado la razón del disparate. Solo sé que no encontré otro modo de expresar mi malestar. Quise ser un monigote del abuso, saltimbanqui de mi humillación”.
Cruza también estos relatos la presencia de la violencia en el aula (el castigo con la regla y su secuela eterna) y la de afuera que se encuentran como dormidas, pero que al menor descuido de una lectora o lector no atento surgen, tal es el caso del relato Futbolista, breve y certero por la crueldad bien narrada.
Sir Francis Bacon, que aportó algunas de las ideas que el Dr. Johnson llevó a la práctica, dijo: “No leáis para contradecir o impugnar, ni para creer o dar por sentado, ni para hallar tema de conversación o discurso, sino para sopesar y reflexionar”. Me permito fusionar a Bacon y a Johnson agregando que este libro de la poeta Luz Helena Cordero Villamizar es una invitación a sopesar y a reflexionar sobre la escuela y la infancia liberadas del imperio del tiempo, es decir, cada historia trasciende las edades del lector: puedes ir a ellas o ellas venir a ti en una suerte de tiempo maleable, que se aleja, pero también se aproxima.
Veintiocho relatos hechos de tiempo ido, pero presente; de lenguaje que enuncia con precisión este mundo de la escuela y la infancia que son definitivos para el ser.
