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Sobre el arribismo

Beatriz Vanegas Athías

14 de agosto de 2018 - 12:00 a. m.

Decir maestro o profesor colombiano uribista es un contrasentido. Y lo es por varias razones: el uribismo, hoy configurado en el partido político Centro Democrático, no es una corriente ideológica, ni un movimiento político ni nada que se aproxime a la construcción de un ideario: es la suma de intereses de un grupo de personas dispuestas a triunfar a cualquier precio. Y qué es triunfar para ellos, pareciera que la palabra éxito está relacionada con la posesión de bienes materiales como industrias, corporaciones, latifundios y negocios avalados por los millones de electores. Es decir, el poder político para sostener el poder económico y viceversa. Al mejor estilo de las mafias del narcotráfico.

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Triunfar a cualquier precio, sin escrúpulos para ascender. Este es el modelo de la mezquindad que nos han vendido estos políticos colombianos aupados por el narcotráfico: el del arribista que carece de escrúpulos y de principios y que incluso desplaza y asesina literal y metafóricamente para ascender y sostenerse en el curubito.

Por eso es posible encontrar a maestros que trabajan en dos y tres sitios para redondear su sueldo de hambre, que incluso citan a George Orwell, pero se autoproclaman de derecha. Encuentra uno escritores fungiendo como asesores del tirano que ultrajó a los maestros que lo ayudaron a ser, en una clara muestra de desmemoria arribista. Encuentra uno burócratas que son encarnación de cierta moral carroñera que sólo celebra cuando encuentra presas enormes a cambio de no hacer esfuerzos, secretarias, asesores, asistentes, empleados de mando medio y directivos, políticos, cómo no.

Encuentra uno a seres que, como afirma Víctor Hugo, luego de ascender, sacan la escalera para no dejar subir al pueblo. Porque para el arribista, la palabra pueblo —de donde proviene casi siempre— es una muestra patética de resentimiento y de esa anacrónica lucha de clases que, para ellos, ya está pasada de moda.

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De acuerdo a la escritora Viviana Ventura en su libro Guía del arribista social, existen arribistas pobres, arribistas ricos, arribistas de farándula y arribistas intelectuales. Con sarcasmo, Ventura caracteriza al arribismo a través de los arribistas y ofrece una suerte de manual para ser un buen arribista: a menos que tenga una buena marca, es mejor que el arribista social tome taxis pues los buses y busetas deben eludirse en todo momento. El perro es el animal más aconsejable para un arribista, siempre y cuando no muerda: recuerde que se trata es de ampliar su vida social, no de espantar a las nuevas amistades. Los arribistas ricos tienen muchos perros: varios para la finca y uno para la ciudad. Los arribistas no tienen tiempo para leer libros: están muy ocupados ascendiendo socialmente, para eso existen los memes con citas y frases de escritores y pensadores célebres.

Todo arribista, asegura Viviana Ventura, debe tener una tarjeta de crédito; los ricos jamás tienen MasterCard, para ellos, las más “chic” son American Express y Diners; los arribistas pobres o ñerismo en subida deberán conformarse con la de Cine Colombia y la tarjeta Éxito o la MasterCard, lo importante es que en la cartera exista un plástico.

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El arribista colombiano es la caricatura grotesca de un viviente de un país con ínfulas capitalistas, pero desindustrializado y con un desempleo degradado. En su conducta condensa, en clave de individualismo, lo que los empresarios, burgueses y latifundistas hacen en clave de masas: vivir del trabajo ajeno. Es a esa masa amorfa a la que le pareció “chic” elegir como presidente al candidato más arribista en la pasada contienda electoral. Vamos a ver cuánto resistimos la embestida de esta moral de sanguijuela que en esas cavernas gerenciales los arribistas llaman “política”.

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