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Sobre el dolor de los animales (I)

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Beatriz Vanegas Athías
09 de mayo de 2023 - 02:00 a. m.
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Sobre el dolor y la muerte tortuosa de los animales se levanta este país. Vivir en guerra desde hace setenta años es quizás una de las razones de que Colombia sea un infierno para todo tipo de animal. Toros, cerdos, vacas, aves, perros, gatos, tigres, hipopótamos, tortugas, caballos, chivos, camuros, venados, zarigüeyas y tantos y tantos sufren infierno sobre infierno. Si su sola existencia en un país sin guerra ya es desgraciada, imagina, lectora, lector, cómo será en países como Colombia cuya guerra civil es la más larga de Latinoamérica. Un país anestesiado para quien el dolor solo duele cuando ocurre a un ser muy cercano y, en ocasiones, ni en estos casos hay indignación porque el conformismo surge como escudo forjado para sobrevivir.

Canta Adolfo Pacheco en “El mochuelo”: Sé que para el animal/ no hay un Dios que lo bendiga/ y resume en esa sentencia el desamparo absoluto de estos seres que sienten y acompañan y que sólo matan para alimentarse. A diferencia del llamado humano que siente placer en segar la vida de su semejante. Y placer siente en contaminar y secar ríos, en talar montes, bosques y selvas como una suerte de desplazamiento no sólo para el humano, sino para el tigre que aparece asombrado en el pueblo o la ciudad y se ve atacado cuando lo que buscaba era el monte que ya no está. O la zarigüeya que cruza desprevenida la avenida en compañía de sus hijos y antes de alcanzar la otra acera, el automóvil indiferente despedazó a las dos crías que venían en la cola.

Los ojos del indigente se asimilan a los de los perros que casi corren como si llevara destino, pero en realidad va tras un olor, un mordisco de algo, un pedazo de saciedad para el hambre. Los basureros de la ciudad reciben camadas de gatos y de perros que se asfixian en bolsas y morrales. Cae un caballo tras otro en Cartagena o en Guatapé porque no le alcanza el cerebro al humano para imaginar que el animal debe descansar, alimentarse, tomar agua: y el campechano turista que sueña con sentirse de la realeza tampoco se da por enterado del suplicio del esclavizado con tal de ir en el infame coche que pesa más de trescientas toneladas incluida la snob familia.

Antes creía que la Costa Caribe (por su endémica pobreza y por la dejadez de sus habitantes) era una de las regiones más crueles para ser perro, gato, vaca, toro, chigüiro o ave, pero no: es nacional la avanzada contra el maltrato animal. Este país enfermo y poco sensible que domestica a los perros, pero sus dueños los dejan amarrados, sin comida y a la intemperie. O se aplican con pericia en calar una botella plástica como máscara para que el perro se muera lentamente de hambre y sed. O seres dizque humanos hacen parir hasta la extenuación a las perritas para negociar con sus cachorros; o se aplaude el derramamiento de sangre del toro y luego llora cristianamente por la muerte del torero; o abandonan la lealtad del perro como suele hacerse con los hijos, entonces es posible asistir a la carrera angustiosa del animal que no entiende por qué si hasta hace unos minutos era feliz, ahora la nada lo rodea; o se ahorca a los gatos para calmar las ansiedades y frustraciones.

El humanismo, dice Luis Buñuel, es inútil, por ello, en su clásica y censurada película Viridiana, don Jaime, el tío viudo de la novicia Viridiana, acaba de suicidarse y Jorge, su atractivo hijo, visita la finca que va a heredar. Varios días después de su llegada camina por una carretera de tierra situada cerca de la casa. Un carro se detiene y se apea un viajero. Atado al eje de las ruedas hay un perro, forzado de este modo a seguir al carro. Jorge se siente molesto con esta situación y compra al perro. En la siguiente escena, lo vemos caminando con el perro sujeto de una cuerda, mientras en dirección contraria se acerca un carro idéntico que tira de otro perro, atado del mismo modo que el anterior. Tal vez la liberación del primer perro no resuelva nada, se nos da a entender, si no es colectiva, si no es global la solución. Pero, años después, en 1994 se estrenó La lista de Schindler y Steven Spielberg, a diferencia de Buñuel, rescata el valor del individuo en aquella escena final de la película cuando un judío le dice al industrial alemán: “Aquel que salva una vida, salva al mundo entero”. Creo que en medio de las desazones que debe vivir la admirable senadora animalista Andrea Padilla Villarraga (sobre quien escribiré la próxima columna), este punto de vista sobre el valor del Uno debe alentarla en su quijotesca lucha.

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Juan(wgakq)10 de mayo de 2023 - 08:22 p. m.
La pobreza, la guerra, la ignorancia son la condena para todos los seres sintientes. Por algo en el primer mundo crece el animalismo y veganismo mientras que aquí apenas seguimos debatiendo en la tortura de animales en plazas de toros y pelea de gallos.
Jorge(40094)09 de mayo de 2023 - 10:42 p. m.
La felicito por su excelente y desgarradora columna, pero se le olvidó incluir la atroz practica de los burro bomba que utilizan grupos guerrilleros.
Rolando(17605)09 de mayo de 2023 - 02:57 p. m.
También soy solidario con los animales. Pero decir que los caballos tiran "del infame coche que pesa más de 300 toneladas" es falso. Una locomotora del tren pesa unas 90 toneladas y en promedio un automóvil no llega a 2 toneladas.
juan(9371)09 de mayo de 2023 - 02:11 p. m.
Conmevedora columna. Gracias.
Blanca(66976)09 de mayo de 2023 - 02:09 p. m.
Una columna bla bla bla
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