Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Transmilenio es como esa olla a presión que hierve y hierve y nadie se decide a subirle el pito para que libere presión. Actuemos antes de que esta olla estalle.
El mes pasado vi en la cuenta de Instagram de El Tiempo varios videos de enfrentamientos entre el personal de seguridad de Transmilenio y ciudadanos con cuchillos: los unos a colarse, los otros a no dejarlos. Lo que más me llamó la atención era la sensación de batalla campal, y de que los celadores no estaban equipados, preparados o entrenados para enfrentar a las decenas o cientos de personas que se saltaban la registradora.
Al ver esos videos me di cuenta de que esa bomba de tiempo que es Transmilenio está cada vez más cerca de estallar, ni la ciudadanía ni la administración le estamos prestando la atención que requiere. El problema de los colados en Transmilenio va mucho más allá de avivatos que no quieren pagar el pasaje. La inconformidad con un pésimo servicio que además está en el top 10 de los transportes más caros en el mundo hace que la gente no pague en protesta en contra de un sistema que necesita una intervención urgente desde hace años, pero que todas las autoridades distritales y nacionales han aplazado.
El pasado viernes 17 de octubre un grupo autodenominado Congreso de los Pueblos realizó protestas en portales, estaciones y en el peaje de la Calle 13. Allí invitaban a los ciudadanos a no pagar, en un acto coordinado y con un sentido político.
Este fenómeno no es nuevo. En diciembre de 2013 en Ciudad de México se extendió la protesta #PosMeSalto, que tenía los mismos motivos: un aumento en el cobro del pasaje de un servicio que consideran ineficiente e injusto. Lo mismo sucedió en 2019 en Santiago de Chile.
Con esto no quiero justificar a ningún colado de Transmilenio. Quien se mete sin pagar está robando, es así de simple. Sin embargo, las autoridades y administraciones no se han dado cuenta de que el problema no se va a resolver ni con medidas policivas, como poner más celadores o a bachilleres a controlar a miles de personas que pasan por una estación, ni con campañas tibias y esporádicas de “cultura ciudadana” en redes sociales.
El problema requiere medidas de fondo. La creación de un Sistema Integrado de Transporte Público en Bogotá tiene varios años de retraso, y necesitamos que entre en funcionamiento no solo la primera línea del Metro de Bogotá, la cual varios expertos han explicado que no será suficiente para solucionar los problemas de movilidad, sino también la segunda, que conectará a Engativá y Suba, dos de las localidades más grandes e incomunicadas de la capital; y la tercera, que conectará a Soacha, un municipio de más de 800 mil habitantes, y que en el día a día funciona como una localidad más.
La falta de un sistema de transporte público eficiente ha hecho que aumente el número de motocicletas en la ciudad, con el consecuente incremento de accidentalidad, congestión y contaminación del aire, la mayoría de personas prefiere comprar una moto, que es económica, fácil de adquirir y no tiene pico y placa, que subir al transporte público
El control para que la gente no se cuele es necesario, pero la solución de fondo pasa por revisar cómo está funcionando el Sistema para mejorarlo mientras entran las obras que hay en marcha, como el Metro o el Transmilenio de la 68.
Ya en otras columnas he explicado cómo La Rolita, una operadora de buses pública, en un contexto de competencia de libre mercado, presta un servicio eficiente y rentable, al mismo tiempo que cubre los espacios que los privados no están dispuestos a asumir.
En los últimos años Transmilenio ha sido como una olla pitadora en el fuego, que va hirviendo poco a poco, el sonido del pito ya se nos volvió paisaje y nadie quiere intervenir para bajarle a la presión. Esperemos que no nos estalle en la cara.
