Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Dentro de las amenazas que azotan al mundo, desde el calentamiento global hasta el debilitamiento de las democracias, el llamado “neocomunismo” es la última de nuestras preocupaciones.
“Con la identificación de preso continuaré y aumentaré la lucha para que Colombia en el 26 derrote la naciente mordaza neocomunista”, dijo el expresidente Uribe en un video que publicó en sus redes sociales después de recibir su notificación de arresto domiciliario.
Lo cierto es que tanto Colombia como el mundo se encuentran bajo muchas amenazas, algunas incluso ponen en riesgo la existencia humana. Pero dentro de estas amenazas reales que apremian y demandan nuestra atención, por ningún lado está el neocomunismo.
Pelear contra el “neocomunismo” es, como decían las abuelas, “cazar pispirispis”, cosas irreales que sólo viven en la imaginación. En cambio, en la lista de problemas prioritarios está el debilitamiento de la democracia como forma de gobierno y el surgimiento de regímenes autoritarios.
Lo estamos viendo en vivo en varias partes del mundo: en Estados Unidos Donald Trump se enriquece en medio de su presidencia, al tiempo que despliega la Armada Nacional en ciudades como Los Ángeles y Washington y coquetea con una reelección completamente inconstitucional. Algo similar sucede en Turquía y Hungría, al tiempo que surgen movimientos cada vez más radicales en Alemania, Francia y España.
La derecha de Colombia (tanto la moderada como la extrema), después de gobernar durante las tres primeras décadas del siglo XXI, se desconectó tanto de la realidad de los ciudadanos de a pie que en el 2022 perdió el poder. En estos tres años de gobierno de la izquierda, donde la derecha ocupó por primera vez el puesto de la oposición, desaprovecharon la oportunidad de reflexionar sobre su rol en el escenario político.
Durante estas tres décadas de gobierno la derecha demostró que sus propuestas no lograron mejorar el país. El enfoque guerrerista agravó el conflicto, pero no logró derrotar a las guerrillas. En cambio, sí nos dejaron una estela de víctimas civiles, principalmente los (hasta ahora) 6.402 casos de falsos positivos. De igual manera, sus políticas económicas no redujeron la pobreza y miseria del país, pero sí llenaron los bolsillos de las élites cercanas al poder, en un entramado de escándalos de corrupción en la contratación pública.
Ahora, la derecha, en cabeza de Álvaro Uribe, en lugar de reflexionar sobre sus acciones mientras estuvieron en el poder, sobre lo que podrían hacer para mejorar la calidad de vida de los colombianos, estimular la economía y generar más empleo, redoblan su apuesta en un discurso donde el bienestar de los colombianos no aparece por ninguna parte.
Colombia es el segundo país más desigual de la región (con un índice Gini de 0,551), varias capitales no tienen alcantarillado, más del 50 % de la fuerza laboral está en la informalidad. Sin embargo, la propuesta del Centro Democrático es salir a atacar el fantasma del neocomunismo, lo cual demuestra la desconexión que hay con los verdaderos dolores de los ciudadanos de a pie.
Su discurso demuestra que el expresidente y su partido están más preocupados por cerrar filas frente a su proceso judicial, que en proponer una agenda programática para solucionar los problemas verdaderos de la sociedad colombiana.
