Los recientes problemas para la entrega de permisos para conciertos en Bogotá demuestran cuán atrasada está la burocracia de la capital. La cancelación del concierto de Kendrick Lamar y la zozobra en la que estuvieron quienes compraron boletas para ver a Guns N’ Roses son una prueba de que la ciudad debe modernizar y agilizar la gestión de eventos masivos.
Está más que confirmado que Bogotá se ha convertido en una parada obligatoria para los artistas más grandes en sus giras mundiales. Nombres como Shakira y Bad Bunny han llenado El Campín y el Movistar Arena, agotando la boletería para múltiples fechas. A pesar de este éxito, los casos recientes demuestran un exceso de burocracia que ni siquiera se traduce en mayores garantías de seguridad para los asistentes.
Analicemos el procedimiento. El problema principal radica en que las empresas promotoras deben realizar pagos por adelantado, a veces hasta con un año de anticipación, para asegurar a un artista. Una vez confirmado, inician los trámites para alquilar el escenario. Sin embargo, a pesar de que el evento esté confirmado con tanta antelación, el Instituto Distrital de Gestión de Riesgos y Cambio Climático (IDIGER) solo recibe la solicitud con un máximo de tres meses de antelación.
A partir de ahí, la entidad se toma hasta 15 días hábiles para responder, plazo que usualmente agotan por completo. La respuesta rara vez es un “sí” definitivo; casi siempre surgen requerimientos adicionales que el promotor debe gestionar a contrarreloj. El proceso se complica aún más porque no está estandarizado. Los documentos y requisitos varían (a veces piden la copia de la cédula al 150 y otras no), dejando un amplio margen a la interpretación de los funcionarios.
Esto significa que, aunque un promotor tenga todo agendado y la publicidad esté en las calles, no sabrá si el evento se podrá realizar hasta pocos días antes. Un sistema así aumenta el riesgo de corrupción, pues los funcionarios tienen un poder desmedido sobre la aprobación final. Se genera un “riesgo moral” altísimo, donde el promotor, con una inversión millonaria en juego, se ve presionado por el tiempo. Por eso, los permisos terminan entregándose al límite, como sucedió con el concierto de Guns N’ Roses.
Lo más grave es que cumplir con esta odisea burocrática tampoco garantiza que todo salga bien. Todos recordamos los desmanes ocurridos en el concierto de Damas Gratis el pasado 6 de agosto en el Movistar Arena, un evento que contaba con todos los permisos y, aun así, la logística fue incapaz de controlar la situación.
Bogotá es una ciudad que vibra con el arte, la cultura y el deporte. Sin embargo, no podemos seguir operando con trámites del siglo pasado. No se trata solo de mejorar la logística o la seguridad, sino de transformar un sistema que castiga la inversión y fomenta la incertidumbre.
La solución es clara: la ciudad necesita implementar un sistema transparente donde los criterios sean técnicos y no discrecionales. Si Bogotá quiere consolidarse como una capital mundial del entretenimiento, debe dejar de ponerle trabas a quienes le apuestan y empezar a ofrecer garantías reales. La burocracia no puede seguir desafinando en el concierto del progreso.