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El guayabo emocional de Bogotá: ¿por qué somos tan pesimistas?

Blanca Inés Durán
23 de enero de 2025 - 05:06 a. m.
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Dicen que, a cierta edad, el cuerpo ya no se recupera igual. Un trasnocho se siente como un guayabo, y un guayabo como una cirugía. A mis años, lo que a los 20 era una noche de fiesta seguida de un día productivo, ahora se convierte en tres días de malestar. Me pregunto si algo similar le estará pasando a Bogotá. ¿Será que nuestra capital, con sus 485 años de fundada, carga con un guayabo emocional que parece no tener fin? Un letargo colectivo que, según las encuestas, ya completa una década.

Terminamos el año con mucha esperanza de que el año nuevo llegará con todo nuevo, que los problemas se vayan y, como por arte de magia, desaparezcan de nuestras vidas, pero la realidad es que ahora en enero tenemos mucho guayabo, quizá los mismos problemas y, eso sí, muchas deudas, y ahí nuestra esperanza se fue al bote de la basura donde echamos el papel de regalo roto.

En Bogotá la situación es aún más grave, porque sufrimos de pesimismo. Somos una ciudad que siempre cree que va por mal camino, no importa qué alcalde o alcaldesa esté, no importa si es de izquierda, de derecha, o si es un gran técnico o un empírico, lo cierto es que siempre creemos que todo va mal.

O por lo menos eso dice la encuesta de percepción ciudadana de Bogotá Cómo Vamos de noviembre del 2024, que cada año pregunta si las personas creen que las cosas en Bogotá van por buen camino o por mal camino, y que en los últimos diez años no ha bajado del 62 % el número de personas que creen que las cosas van por mal camino. Esto es muy preocupante si pensamos que la ciudad es una de las más prósperas del país y la que más aporta al PIB de la Nación, pero, aun así, siempre creemos que todo va mal.

La Red de Ciudades Cómo Vamos compara los datos de 18 ciudades del país sobre el optimismo de la ciudadanía, y tan sólo en cinco ciudades se registran niveles más altos de pesimismo que en Bogotá: Tuluá, Bucaramanga, Valledupar, Buenaventura y Cartagena, que tienen graves problemas de inseguridad, orden público y pobreza. Por el contrario, la capital del país, según datos del DANE, ha mejorado sus índices de calidad de vida y ha reducido la pobreza y tiene altos niveles de escolaridad, pero seguimos en un guayabo eterno, en una constante depresión que no nos permite disfrutar de esos avances.

En otros artículos he comentado que el orgullo por la ciudad también es bajo comparado con el resto del país, pero que tengamos tales niveles de pesimismo es preocupante, porque no hay gobernante que logre resultados si la ciudadanía cree que todo está mal. ¿En qué momento nos volvimos así? ¿O siempre lo hemos sido?

Bogotá siempre ha sido una de las ciudades más cuestionadas del país, nos tratan de fríos, de hipócritas y de agresivos. No en vano las novelas de Mario Mendoza nos muestran como una ciudad dura, hostil y desesperanzadora. Me recuerdan esas series de detectives privados que mostraban a Nueva York en los años 70, con sus mafias, sus lugares oscuros y su inseguridad. Pero Bogotá no está entre las ciudades más inseguras del mundo, ni de lejos. Su tasa de homicidios por cada 100 mil habitantes es menos de la mitad de la mayoría de las ciudades del mismo tamaño en Latinoamérica. Debería ser cero, claro que sí.

¿Por qué somos tan pesimistas los bogotanos y bogotanas? ¿Por qué no estamos contentos con nada? ¿Todo es malo, todo está mal hecho, todo es un error? Pero ese descontento bogotano es quizás el origen de nuestra forma arriesgada de votar, siempre dispuestos a probar nuevas ideas, nuevos liderazgos, algunos muy osados como el de Antanas Mockus o muy de izquierda como el de Gustavo Petro. Elegimos una mujer lesbiana y también a un hombre nacido en Washington, hemos sido vanguardia en muchas decisiones, aunque el primer metro se haya construido en Medellín.

Creo que Bogotá es una oportunidad increíble de aprendizaje y que deberíamos estudiar mucho más nuestro comportamiento y nuestro pesimismo arraigado. Quizá llegó el momento de empezar a darle una chance a la esperanza y, aun con nuestro sentido crítico y nuestra capacidad de opinión, comenzar a ver las cosas buenas que tiene la ciudad. Así como la ciudad luego de la pandemia logró superar el desempleo y el hambre mucho más rápido que las otras ciudades del país y logró incluso dar ayuda humanitaria a los extranjeros que llegaron por miles, la ciudadanía debe creer en la ciudad, creer que es posible, hacer que sea posible.

Tal vez sea hora de un poco de mindfulness para los bogotanos y las bogotanas y empezar a pensar positivamente si queremos que el cambio ocurra. Es hora de apoyar más causas sociales, confiar más en los vecinos y como diría la ex alcaldesa Claudia López, pasar de la indignación a la acción.

Blanca Inés Durán

Por Blanca Inés Durán

Bogotanóloga, ingeniera industrial y gestora pública.
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alberto(26571)24 de enero de 2025 - 10:44 p. m.
Bogotá no es comparable, desde ningún punto de vista, con ninguna otra ciudad del país. La gravedad del guayabo es proporcional en forma directa, con lo que lo causó. Es por eso que el actual guayabo de los bogotanos, causado por su gobierno, es especialmente un guayabo negro.
Pedro(86870)24 de enero de 2025 - 03:16 a. m.
Indudablemente Bogotá es una gran ciudad con la cultura más avanzada de Colombia: las mejores universidades, grandes escritores como J G Vásquez que siempre nos ayuda a conocerla en sus novelas, genera el mayor PIB para Colombia, el trasporte es lo peor pero está en camino de mejorarse, y tiene algo importante: la magia de sus cafés, de sus calles, la vida nocturna, la gastronomía. Vivo en el eje cafetero pero me encanta ir a esa ciudad que nos evoca la vida cultural de Buenos Aires o México
William(16260)23 de enero de 2025 - 11:38 p. m.
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